Gastronomía

David Rockwell: Madrid, diseño y otras pasiones

Arquitecto, escenógrafo y apasionado del tapeo: el relato de un hombre que lleva dos décadas diseñando cómo se come en medio mundo

David Rockwell: Madrid, diseño y otras pasiones
David Rockwell: Madrid, diseño y otras pasionescedida

David Rockwell ha visitado Madrid muchas veces, pero esta vez la capital le ha recibido con un aire distinto. Su visita ha coincidido con el arranque de San Isidro y, para un apasionado de la cultura taurina como él —herencia de sus años en Latinoamérica—, ha sido casi una revelación. “Hay algo en la tradición de los toros que me recuerda al México profundo”, confiesa. Pero lo que más le ha sorprendido es el paralelismo que ha percibido entre la liturgia del ruedo y la de la mesa. “Aquí se come con la misma entrega con la que se vive una faena. Es una ciudad donde la gente se comporta con mucha pasión”.

Esa pasión es justamente lo que Rockwell ha sabido traducir a cada proyecto durante sus veinte años de trayectoria en España. Fundado en 1984 por él mismo en Nueva York, Rockwell Group es hoy uno de los estudios de arquitectura y diseño más influyentes del panorama internacional. Con 350 profesionales repartidos entre sus oficinas de la gran manzana, Los Ángeles y Madrid, el estudio ha dejado su sello en algunos de los proyectos más emblemáticos del sector hospitality. Su particular estilo —marcado por la coreografía y el sentido del ritmo espacial que ha desarrollado a través de su trabajo escénico— ha dejado una impronta reconocible en ámbitos como la restauración, la hotelería o incluso el teatro, donde también ha firmado escenografías premiadas para Broadway y los Oscar. En la capital española, su firma puede verse en proyectos como el Gran Hotel Inglés, el JW Marriott o el club Victoria. Con motivo del vigésimo aniversario de su estudio madrileño, Rockwell vuelve a esta ciudad que le sirve de refugio europeo, y lo hace echando la vista atrás con la misma energía que entonces, movido por una curiosidad que, como él mismo dice, sigue intacta. Nada —ni el tiempo, ni los proyectos, ni los premios— ha logrado erosionarla.

Echemos la vista atrás. Hace veinte años, salir a cenar no significaba necesariamente entrar en un lugar bonito. Había excepciones, claro, pero lo habitual era que el mérito estuviera en el plato y no en la sala. Los restaurantes eran generosos en recetas, en producto, en barra... pero no especialmente en atmósfera. Aquel “comer bien” de entonces no siempre incluía mirar alrededor. Luego pasó lo que pasó: el boom gastronómico, la irrupción de una nueva generación de cocineros que empezó a entender que la experiencia también pasaba por el diseño del espacio, y que la sala podía comunicar tanto como la cocina. Fue entonces cuando Rockwell Group abrió oficina en Madrid. Corría 2005 y algo en el ambiente hacía pensar que la escena culinaria estaba cambiando. No fue una jugada de manual, ni una decisión fría de expansión: fue una mezcla de intuición, deseo y oportunidad. “Había muchos motivos: clientes, equipo, idioma, fútbol —cómo no— pero, sobre todo, Madrid me atrajo porque no era obvia. Era una ciudad que respetaba su herencia, pero que estaba dispuesta a arriesgar”. Ese equilibrio —entre lo clásico y lo valiente, entre la tradición y la mirada hacia adelante— es, para él, parte del magnetismo madrileño. Y también de su manera de diseñar. Cada proyecto, dice, arranca como una obra de teatro: con investigación, contexto y mucha observación. “Y aquí, buena parte de esa investigación pasa por salir a comer”, apunta entre risas. Lo que encuentra en esa búsqueda es lo que termina filtrándose en sus espacios: el arte, la artesanía, el carácter de una ciudad pasional, donde —como él mismo dice— se diseña también desde la pasión.

Y son precisamente esos elementos los que terminan materializándose en sus proyectos madrileños. “Lo que define nuestro trabajo es lo inesperado”, apunta Rockwell, ese detalle artístico que, en una ciudad como la nuestra, puede surgir de casi cualquier parte. En el JW Marriott, por ejemplo, integraron piezas originales de hierro fundido descubiertas durante la reforma del edificio; en el Gran Hotel Inglés, una barra ovalada, contemporánea y luminosa, atraviesa el clasicismo del salón. Sin embargo, la iluminación —insiste— es lo más importante. Todo influye: la apertura o no de una cocina, la disposición de las mesas, la altura del techo…Como en una escenografía, cada elemento está colocado para generar una sensación determinada, aunque el espectador —o en este caso, el comensal— no siempre sepa por qué.

Diseñar, para Rockwell, es también construir una escena. Y, sobre todo, preparar el terreno para que ocurra algo que merezca ser recordado. “Si piensas en una comida memorable, probablemente tenga más que ver con el nivel de comodidad, con cómo se sintió el grupo, que con lo que había en el plato”, explica. Lo mismo sucede en el teatro: detrás del recuerdo hay al menos treinta personas que han trabajado para construirlo, entre iluminación, vestuario, escenografía, dirección técnica y actores. Su trabajo, dice, es ese: preparar la escena para que la memoria tenga lugar.

APASIONADO CONFESO DE NUESTRA CIUDAD

A David le entusiasma Madrid, sí, pero no desde el exotismo, sino desde la costumbre. Le gusta comer al aire libre, en pequeñas dosis, dejándose llevar por el ritmo de la calle. “Las tapas son la forma ideal de comer: pequeños bocados de muchas cosas distintas”, dice. Lo suyo con la gastronomía española viene de lejos: antes incluso de fundar su estudio, en Nueva York, servía vino español y preparaba tapas para su gente. Hoy, cuando vuelve a Madrid, no tiene una mesa fija: prefiere probar sitios nuevos, mezclarse, observar. Aun así, confiesa que el Mercado de San Miguel es una de sus paradas habituales.

Cuando se le pregunta por su proyecto de restaurante soñado en la ciudad, lo tiene bastante claro. Imagina una rehabilitación en las afueras, un antiguo edificio industrial convertido en espacio híbrido entre lo contemporáneo y lo tradicional. Un gran patio central, cocinas abiertas, brasas y raw bar. Platos de cerámica local que cambian con las estaciones e instalaciones efímeras que transforman el lugar cada temporada. Música en directo por las noches. Una experiencia que —cómo no— tiene algo de teatro. En ese escenario ideal, lo tiene claro: volvería a trabajar con Dani García y se lanzaría, también, a explorar el universo radical de Dabiz Muñoz, cuya forma de entender la cocina —dice— le intriga especialmente.