La historia final

El desconcertante viaje del príncipe de Gales a Madrid en 1623 (I)

Esto de los «viajes sigilosos» de los príncipes e infantes (así me gustaría llamarlos), por temas de amor o de traición a sus padres es asunto aún por esquematizar e investigar. No faltan ejemplos

Madrid en tiempos de Felipe IV
Madrid en tiempos de Felipe IVBNE

Es, precisamente, en 1623 cuando tuvo lugar uno de los acontecimientos más aciagos, extraños, sofocantes y anecdóticos de la política internacional de principios del siglo XVII. Se trata de la llegada oculta y secreta a Madrid del Príncipe de Gales, Carlos Estuardo (1600-1649) en un viaje que lo hacía con la intención de casarse con la infanta María Ana, hija de Felipe III, hermana de Felipe IV.

La verdad es que el viaje de Carlos Estuardo fue un viaje algo aventurado y de aventurero. También es verdad que no era el primero que se hacía con tal sigilo, ni sería el último. Esto de los «viajes sigilosos» de los príncipes e infantes (así me gustaría llamarlos), por temas de amor o de traición a sus padres es asunto aún por esquematizar e investigar. No faltan ejemplos. Ya he apuntado alguna idea en otro sitio, antes de ahora.

El caso es que Carlos Estuardo y el duque de Buckingham lograron convencer a Jacobo I de la pertinencia de un viaje discreto para urdir ese matrimonio. Viajarían de incógnito y acompañados o protegidos por un reducido número de servidores. Pasaron por París. Allí conocieron a la reina Ana, hermana de Felipe IV y a Enriqueta de Borbón, con la que se casaría tras el fiasco de la boda española.

De París pasaron a Vitoria y de Vitoria a Madrid, a donde llegaron según unos el día 7 y según otros, la noche del 16 o la del 17 de marzo de 1623. Se dirigieron directamente a la casa del embajador Digby y aunque ya era muy tarde y la noche había caído, los hubo de recibir. Se avisó al conde de Gondomar, que había sido embajador en Londres, de lo que ocurría, de la inesperada visita. Este acudió con premura a la casa de Digby (que era la de las Siete Chimeneas) y dio noticia de lo que estaba pasando a Olivares que, a su vez, lo comunicó al rey.

Al día siguiente fueron recibidos en palacio. Hubo dos entrevistas: una del rey con el príncipe; otra del valido con el criado. Por la tarde las entrevistas fueron cruzadas. Ante el rey y Buckingham estuvieron presentes varios grandes señores.

Por fin hubo una primera reunión formal: esta tuvo lugar en la Casa de Campo a bordo del coche de Olivares. Los interlocutores fueron Carlos Estuardo y Buckingham. Hacia el 25 de marzo partieron correos a Londres avisando de la inminencia de la boda y de que se debía preparar una flota para trasladar a los príncipes a la Isla.

El buen ambiente siguió los días siguientes. De hecho, al conde de Gondomar, gran apoyo de Carlos en España, se le hizo consejero de Estado.

No obstante, de las primeras reuniones entre Olivares y Buckingham nació cierta antipatía recíproca y eso que el primer o segundo día que estuvieron juntos, Buckingham había dicho a Carlos que «el conde y yo nos vamos a rondar y no queremos que nos vea nadie». Supongo que la ronda no la harían para ver por la noche el buen estado de los alimentos en los mercados de Madrid.

El hecho cierto es que a Carlos Estuardo se le mejoraron los aposentos, se le concedieron varios gentileshombres y, por fin, el 23 de marzo de 1623 se hizo pública la presencia del Príncipe de Gales en Madrid.

El Consejo de Estado fue preparando el día a día de la vida cotidiana de Carlos en Madrid. Como era conveniente que el príncipe hereje fuera viendo las cosas de la verdadera religión, se descartó que pasara la Semana Santa en El Escorial, ya que probablemente tendría que alojarse en los cuartos reales y mancillaría la memoria de Felipe II. Por el contrario, sí que pareció bien que asistiese a las fiestas en su honor desde el balcón de la Casa de la Panadería en la Plaza Mayor, pero midiendo escrupulosamente el cuándo o el cómo se cruzaría con la reina Isabel de Borbón o con la infanta.

Por fin el último domingo de marzo de 1623 hizo su entrada triunfal en Madrid. La víspera se alojó en San Jerónimo. En Madrid entró acompañado por Felipe IV: Me ahorro de nuevo contar los atavíos que lucían, o el recorrido que hicieron calle de San Jerónimo arriba, a caballo con una multitud escoltándolos.

Durante los días siguientes se afianzaron las relaciones entre Felipe IV y Carlos Estuardo. De hecho, juntos fueron a cazar lobos a San Martín de la Vega. Cobraron dos buenas piezas.

Al tiempo, llegaron bajeles desde Inglaterra con más criados y se mandaron a Roma legados extraordinarios para tratar el asunto esencial de qué hacer la inminencia de la boda de la infanta católica con el príncipe hereje. Hubo en Roma varias reuniones de la Comisión de Cardenales en las que se mostraron favorables al enlace, hasta el punto de que se redactó una dispensa papal. Sin embargo, les preocupaba la educación de los infantes que nacieran: se declararon partidarios de que estuvieran con la madre hasta los 12 años.

(Continuará)