La historia final

Medir... el tiempo en Madrid en el siglo XVI

En la capital había un reloj que coronaba la Puerta de Guadalajara, que estaba en la actual calle Mayor

Iglesia de Santa Teresa y Santa Isabel en el distrito de Chamberí de Madrid.
Iglesia de Santa Teresa y Santa Isabel en el distrito de Chamberí de Madrid.Dreamstime

Hay una molesta, molestísima alocución latina que sólo entendemos en su mala uva los que caneamos, que dice Tempus fugit.¡Y a qué velocidad! No sé si es de Virgilio, o de quién, pero a buen seguro que es de uno de aquellos clásicos que escribían admonitoriamente y siempre con el dedo índice señalando, advirtiendo.

Tempus fugit es mi primer aforismo de hoy. El segundo, que el hombre ha medido el tiempo desde siempre. De ahí su pasión por mirar las estrellas. El tercero, que el gran cambio en la medición de la vida acaeció durante el Renacimiento, en unos lugares antes que en otros, pero allá por el siglo XVI, cuando se dejó de mirar las estrellas o de trabajar de sol a sol, para trabajar, o vivir, en función de las horas. Y, precisamente, para medir las horas se necesitaban artilugios, técnicas que fueran incrementando la perfección de la medición del tiempo para fascinación de los que los miraban.

Precisamente, me parece tan increíble ver el paso de la existencia curiosa de un reloj público al de la necesidad del buen funcionamiento de uno o más relojes públicos en la ciudad, que a ello voy a dedicar estas líneas. Las referencias las vuelvo a sacar de los Libros de Actas de las reuniones del Ayuntamiento de Madrid en los tiempos de Felipe II. Voy a ofrecerte, también un sortilegio del léxico que usaban para referirse al mundo de los relojes.

Desde tiempo atrás, desde no sé cuándo (Eloy Benito Ruano hizo algún trabajo curioso sobre el asunto) en Madrid había un reloj que coronaba la Puerta de Guadalajara. La Puerta de Guadalajara estaba en la actual calle Mayor, a la altura del cruce con Milaneses. En la torre de San Salvador había otro, que aunque estaba en la torre de la iglesia, también era propiedad municipal. Aquel funcionaba en 1561. Este, no.

Tampoco sé desde cuándo que a un tal Francisco de Villarreal, cerrajero, se le pagaba por cuatrimestres “su salario de traer concertado el reloj”, expresión mucho más llamativa que la que usamos ahora de “poner en hora” el reloj. Empezaré a usarla. La resucitaré.

El reloj lo llevaba bien concertado, pero de vez en cuando había que darle mantenimiento, o como mandó hacer el ayuntamiento el 13 de noviembre de 1562, se ordenó “que haga aderezar y limpiar el reloj de esta Villa”. Al parecer fue un tal Serojas el que lo hizo (2-XII-1562), además de unas “volanderas”, un tejadillo para protegerlo de las aguas y las nieves, así como un muelle. Se le pagaron 100 reales (3.400 maravedíes, pero los reales eran de plata). Este Serojas fue entrevistado en el verano de 1567 para ver si le daban el oficio de relojero, como así se hizo porque su antecesor no ponía el celo que debía. Firmó el “concierto”, esto es, el contrato, en septiembre de 1567.

Es importante cómo el incremento de la población desde la llegada de la Corte a Madrid en la primavera de 1561 también tuvo su incidencia en el asunto del reloj.

Ese mismo día en que se pagó a Serojas por limpiar el reloj, un regidor (Diego de Vargas) hizo una proposición: en Madrid había dos relojes y se pagaba al que “los concertare” 5.000 maravedíes de salario (en octubre de 1563 se pidió al Consejo Real licencia para subirlo a 6.000). El segundo reloj, el de San Salvador, estaba hecho un desastre, tanto que se había intentado desmontar por ver si se podía aprovechar algo, o reciclarlo como nos cuentan los adanistas de hoy. Vargas proponía que se arreglara la campana y el reloj (el texto es confuso, pues habla de “medio reloj” que daba las horas), y para ello se podría contar con gente capacitada “pues hay en esta Villa relojeros que lo harían muy bien”. Personalmente, no me lo creo y vamos a ir viendo por qué.

Sin embargo el licenciado Barrionuevo, que dijo estar de acuerdo con Vargas, puntualizó: como San Salvador estaba cerca de la puerta de Guadalajara en ese barrio habría dos relojes y en el resto de la ciudad, ninguno. Así que proponía que se desmontara el de la iglesia y que se llevara a otra, “a San Juan, o San Martín, o San Ginés”.