Opinión
Un mundo de excluidos
Vamos a un mundo paradójico en el que ya comienzan a sobrar los que viven
Los de Junts quieren expulsar a los inmigrantes, los de Alternativa para Alemania a los que no consideran alemanes, los ingleses a los que vienen de África, los de Vox a los que no han nacido aquí, los americanos a los que son de México y los porteros de discoteca a los que les dé la gana. A mí nadie me quiere echar por ahora, pero no me cabe duda de que en cualquier momento alguien pretenda hacerlo, a lo mejor, incluso, amparándose en la excusa de esta columna. Y cuando digo «a mí» no le quepa duda de que también quiero decir «a usted», porque llegará un día en que su presencia, da igual como sea y lo que tenga a bien o mal discurrir, le resulte incómoda a alguien en aras de sus opiniones, su piel, su Dios, su voto o el color que haya elegido para su jersey o la carrocería del coche.
Vamos a un mundo paradójico en el que ya comienzan a sobrar los que viven, o, mejor dicho, los que viven en él y que no nos gustan. Unas sociedades de epidermis delicada y compleja articulación donde aquello que no compartimos, nos ofende. Hay muchos que consideran que en sus países existen un excedente de personas, de igual forma que hoy hay demasiados pélets repartidos por las playas de Galicia, y han concluido que el mejor lugar que puede existir es aquel en el que solo posean domicilio particular los que comulguen en sus filas, que eso crea comunidad, como las barbacoas.
De pequeño inculcaban en los colegios la idea de una Europa donde el lugar de nacimiento no pesaba sobre las personas, las naciones no separaban a los individuos y los ciudadanos crecían en esa pedagogía ilustrada de que todos somos iguales sin perjuicio de sus confesiones o procedencias. Pero hoy más que un país lo que en realidad se desea es un club social con derecho de admisión.
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