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San Isidro

San Isidro florece... pero las floristerías no lo notan

Los claveles se han vendido estos días, pero no lo suficiente como para salvar a un sector que atraviesa un momento difícil

Chulapos y chulapas en la Pradera de San Isidro. David Jar David JarPHOTOGRAPHERS

El clavel rojo lo ha inundado todo en estos días de San Isidro. Adorna moños, camisas, balcones y carritos de bebé en la Pradera. Es, desde hace décadas, el símbolo floral de las fiestas del patrón de Madrid. Pero, aunque su presencia visual es abrumadora, su impacto en las floristerías madrileñas no lo es tanto. «San Isidro no es una fecha señalada para nosotras como puede ser el Día de la Madre, San Valentín o Todos los Santos», explica la portavoz de la Asociación de Floristas de Madrid. «No hay colas en las tiendas para comprar claveles. Se venden, sí, pero no es una locura».

Una gran mayoría de los claveles que pasean los madrileños estos días no son naturales. «El 80% de la gente en la pradera lleva claveles de tela», asegura la portavoz. Aun así, hay floristerías que pueden experimentar cierto repunte, especialmente si participan en alguna acción cultural, venden a asociaciones o reciben encargos para bailes y ofrendas. En esos casos, pueden despachar hasta 300 claveles de una sola vez. Pero es excepcional. Desde la Asociación Española de Floristas lo confirman: durante esta campaña, las floristerías venden entre 100 y 200 claveles al público, cifra que puede subir ligeramente con encargos institucionales o de empresas que regalan la flor como detalle a sus clientes.

El clavel rojo no es una elección casual. Es parte del imaginario colectivo madrileño. Desde hace décadas, forma parte del atuendo de chulapos y chulapas, protagonistas de las celebraciones de San Isidro. Su intensidad cromática, su resistencia y su abundancia lo han convertido en un icono floral. Floristas locales apuestan por el clavel colombiano para decoraciones más elaboradas, gracias a su tallo largo y calidad superior, mientras que el nacional, más económico, se emplea en ramos sencillos o para recortar solo la cabeza de la flor. A pesar de ese arraigo, las floristerías no preparan grandes despliegues por estas fechas. «Más allá de algún guiño en el escaparate, no hay una estrategia comercial fuerte. Solo se nota algo cuando hay encargos para decorar iglesias, que sí es una tradición muy madrileña», apuntan desde la asociación.

Más allá de las cifras de ventas, el sector atraviesa una situación complicada. «Somos un sector poco reconocido y valorado», lamenta la portavoz de la Asociación de Floristas de Madrid. Y detrás de esa afirmación hay una lista larga de problemas estructurales. Uno de los principales es la competencia desleal. Supermercados, bazares y puestos callejeros venden flores sin control sanitario y, en muchos casos, sin licencia. «La normativa dice que no se deben tener flores junto a productos de alimentación sin precintar. Pero en los supermercados es común ver flores al lado del pan sin envolver. Nadie lo controla», denuncia.

Los bazares también venden plantas y flores de baja calidad, lo que contribuye a que los consumidores tengan una percepción distorsionada del precio real del producto: «Ven flores a 3,95 euros y no se preguntan cómo es posible. Son flores almacenadas desde septiembre, regadas a manguerazos, metidas en plástico y sin condiciones óptimas», añaden. El problema se agudiza con la venta ambulante ilegal. Aunque existen puntos regulados, muchas veces se permite la instalación de puestos sin control justo frente a las floristerías. «Es como si en San Valentín o el Día de la Madre pusieran un vendedor sin licencia frente a tu tienda. No tiene sentido. Y lo hemos denunciado muchas veces ante el Ayuntamiento», advierten.

El sector ha vivido transformaciones importantes en las últimas décadas. Uno de los grandes cambios llegó hace quince años con la irrupción de las wedding planners. «Vinieron con fuerza y ocuparon nuestro espacio sin tener la formación ni el respeto por el oficio», aseguran desde la asociación. Y aunque el producto sigue siendo apreciado, muchas veces no se valora el trabajo artesanal. «Nuestro producto es precioso, pero nadie se pregunta si está bien trabajado, si quien lo prepara es un profesional o si cumple con estándares de higiene y conservación», dicen.

El limbo legal en el que se encuentra la floristería –ni es alimentación, ni es producto sanitario–complica las cosas. «No se exige el mismo control que con animales o comida, aunque también trabajamos con productos vivos. Nadie controla si están en agua limpia, si tienen bichos o si se conservan adecuadamente», explican.

No todo son malas noticias. Desde la pandemia, muchas floristerías han notado un cambio positivo en los consumidores. «La gente se dio cuenta de lo importante que es tener flores y plantas en casa. Hay más ventas de flor de diario, algo que antes no ocurría», destacan.

Ese pequeño cambio en la cultura de consumo ha ayudado a sostener algunos negocios, aunque todavía está lejos de ser suficiente. «Es un avance, pero necesitamos más. Necesitamos que se reconozca el valor de nuestro trabajo, que se controle la competencia desleal y que se proteja al comercio local», reclaman desde la asociación.

Mientras, en esta semana de San Isidro, el clavel rojo sigue llenando la ciudad de color, aunque muchos no sepan si es de tela o de verdad. Para las floristerías, lo importante es que algún día, además de llevar la flor en la solapa, también se piense en quién la preparó.