Gastronomía

Venta La Hidalguía: la tabernita de la calidez

Sus dueños, procedentes de Las Pedroñeras, llevan el producto de aires manchegos a la Milla de Oro del barrio del Retiro

Jesús, junto a Clara, regenta este local del barrio de Retiro
Jesús, junto a Clara, regenta este local del barrio de RetiroLRM

Para comenzar el año, nada mejor que un clásico como Ignacio de Loyola. El que nos aconsejaba no hacer mudanzas en tiempos de tribulación. En cualquier arranque anual, y con las convulsiones propias del mundo, también reflejadas en la gastronomía, apetece un calorcito. Y para ello nada mejor que una taberna de los Madriles. Como aquí estamos todos refugiados y nuestra identidad gatuna es la mezcla, Venta La Hidalguía arrastra un bonito legado manchego en su concepto y en el buen carácter de la pareja que lo regenta.

Jesús y Clara proceden de Las Pedroñeras, ese pueblo conquense célebre entre otras cuestiones del ajo, y de la figura totémica que siempre ha poseído Manolo de la Ossa, el gran cocinero de lo manchego.

Antes que la taberna La Hidalguía, que rinde tributo a aquellas tierras de reconquista y cervantinas, sus dueños tuvieron una tienda de producto manchego. Y algo de abacería todavía puede percibirse en ese local recoleto en la Milla de Oro del Retiro, con productos bien embotados y el despacho de botellas de vino. Todo este producto es lo que acompaña a la vista y le da al local el entrañable aspecto que otras franquicias quisieran copiar.

La vitrina donde pueden comerse con los ojos un tomate de mucha pujanza y setas es alargada, con algunos bocados como la ensalada de perdiz escabechada, porque no hay que olvidar el terruño. A la micología de la estación se le pone una jugosa yema y ganamos velocidad. Por encima de cualquier otro comentario, los callos que allí preparan tienen su gelatina precisa, y un conjunto que podemos calificar como pictórico en el plato y en la redondez de la memoria que no deja de pellizcarnos con cada uno de los bocados. Y aunque la base de la cocina manchega es el principio de este repertorio de autenticidad y humildad, también hay cabida para otros platillos contemporáneos que tienen como nexo con los anteriores la calidad de los productos que sirven. Así, uno encuentra ceviche de corvina, taco mexicano de bonito o rabo de toro como espejismos en este paisaje quijotesco, pero como ejemplo de su capacidad coquinaria y de adaptación a los nuevos tiempos de fusión. Al igual que una carta de vinos trabajada y ajustada al espacio que la misma Clara se encarga de seleccionar. Con su curiosidad por conocer, pero un claro ánimo de no fallar, dan la humildad que respira todo por aquí. En la lista, algunos aciertos y mucha intención. También Jerez. Esas botellas se hacen pequeñas cuando acompañan a una buena selección de quesos manchegos o franceses, o a las diferentes tostas o pinchos de anguila ahumada, de papada ibérica con anchoa, cecina con foie, arenque y sardina ahumada, patés de caza, morteruelo y tanta tentación, que se agradece la carta por copas que necesita el penúltimo bocado. Esa generosidad y nobleza de ánimo que se les presuponía a los antiguos hidalgos que dan nombre a esta capilla, reina en esta versión contemporánea de la venta con degustación, y cautiva a paseantes y vecinos que acuden devotos y despojados de pretensiones, como el conocido Arcadi Espada, que con su ironía parece un parroquiano más en un local siempre abrigado. Una buena terraza para desahogo de esos pocos metros, permite un asentamiento para no perderse este rincón de felicidad entre tanta complejidad y aspiración de esta dorada sucesión de bares. Taberna por derecho.