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Medio Ambiente
Eduardo Viñuales, naturalista: «El ser humano es la única especie capaz de restaurar el mundo»
Viñuales (Zaragoza, 1971) ha escrito un libro distribuido por Valdebro Publicaciones en el que dibuja 30 rutas para observar más de 300 aves en Aragón.
–Hace unos días animabas a la movilización contra los efectos del helibike en el Pirineo. ¿Por qué?
–El helibike es un tipo de turismo que consiste en subir a una cumbre en helicóptero para luego descender en esquí por zonas vírgenes o en bici, erosionando (por capricho) espacios de gran valor medioambiental. Además del ruido que propicia esta práctica. Es como si alguien entrara como bombo y platillo en una biblioteca. Me parece una aberración que haya una empresa que la propicie y que haya personas que la disfruten, con autorización del Gobierno de Aragón.
–¿Tan grave es?
–Yo soy el primero que escribe guías para animar a la gente a viajar y pasear por la montaña, pero esto es otra cosa. De hecho, en otros países de la Unión Europea el helibike está prohibido.
–¿Por qué preservar la montaña?
–Las montañas son santuarios naturales. Aunque parezcan tan grandes, son los más frágiles.
–¿Cómo es eso?
–Son islas del paisaje bien conservado, modelos de naturaleza salvaje, donde el hombre y su acción destructora posiblemente no pinta nada o, al menos, no pinta mucho. Pero son frágiles porque las erosiones que sufren son difíciles de restituir, dadas las condiciones climáticas que afrontan a esa altitud. Una herida tarda mucho en curarse en una montaña.
–Además de que son parte de un eslabón más amplio…
–Efectivamente, en ellas habitan muchas especies relictas [que no se han originado necesariamente donde se observan actualmente, sino que es el último reducto donde quedan vivas] afectadas por el cambio climático, y que hay que proteger ya sea por disfrute o por interés científico. Son un legado de otro tiempo.
–Usted es un apasionado de las aves, ¿cómo nace esta afición?
–Con 13 años sacaba libros de la biblioteca con un amigo: eran novelas de Los Cinco, de Hitchcock... Un día él cogió una guía de pájaros. Me decía que les tapara el nombre y que él me diría la especie. A mí me parecían todos iguales, pero él identificaba el petirrojo, el mosquitero, el martín pescador… Cuando devolvió la guía, la cogí yo y me los quise aprender.
–¿Y después?
–Los fines de semana solíamos ir al Parque Grande. Teníamos unos prismáticos por casa y empezamos a observar los pájaros de aquella guía. Desde entonces la cabeza se me ha llenado de pájaros… y de ahí he pasado a los árboles, a las montañas, montañas, al clima, a la energía… la naturaleza salvaje es una fuente de felicidad que nos hacer libres, que nos hace encontrarnos con los orígenes. Además de los muchos efectos beneficiosos que tiene para el ecosistema, el agua, el aire, la flora…
–En la guía cita unas 300 aves. ¿Se sabe todas de memoria?
–Más o menos, sí.
–¿Cuál es la más especial?
–La perdiz nival. Es una reliquia de las glaciaciones que ha quedado acantonada en las islas de montaña de altura, entre los 2.200 y los 3.400 metros del Aneto. Es muy bonita y muy difícil de ver, porque tiene un plumaje que se camufla con la nieve; en invierno es blanca y en verano parda, del color de las rocas. Es muy difícil de ver, ¡una aguja en un pajar! He ido muchas veces detrás de él, a veces sin éxito. Pero siempre me ha motivado saber que, aunque no veas una especie, sabes que está ahí, que en ese paraje es donde viven. Para mí, son la perdiz nival se ha convertido en la bandera de la conservación, como el lince ibérico o el buitre negro.
–Y pensar que quizá desaparezca...
–La extinción de especies me produce una gran tristeza, rabia, y la decepción de asistir a una inacción enorme por parte de las administraciones públicas. Por ejemplo, hace poco fui a ver el glaciar del Literola, en el Pirineo. Hoy no queda más que una mancha de nieve y han aparecido unos lagos, fruto del deshielo. Ese paisaje lo hemos perdido. ¿Y por qué? Por la acción humana. A las masas de hielo pirenaicas igual les quedan 50 años. Y la población de especies aviares como la alondra o el sisón se han reducido un 50%, en una década. ¿Qué pasará dentro de otros 10 años? Quizá ya no estén, y yo seguiré vivo.
–¿Alberga esperanza?
–Claro. El ser humano es capaz de destruir, pero también de hacer cosas maravillosas. Somos seres inteligentes, y ahora toca revertir todo lo que ha ocasionado nuestra tecnología. Si queremos, podemos. Somos la única especie capaz de restaurar el mundo.
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