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Medio Ambiente

Calor

Ramón Tamames
Ramón Tamames Cristina BejaranoLa Razón

No son ganas de aguar las vacaciones a nadie; incluso la palabra «aguar» resultaría aquí más que irónica. Ni tampoco se trata de dramatizar sobre algo que ya tiene suficiente dramatismo per se. Por lo demás, podríamos haber esperado a final de temporada para hacer un balance de los incendios forestales del verano y de los otros muchos daños derivados de las oleadas del calentamiento global, que ya se suceden en un continuo, una tras otra, sin dar tregua.

España arde, Europa arde, las ciudades y gentes antes tranquilas empiezan a sentir que nos encontramos frente a algo muy grave. Las temperaturas de más de 40ºC se hacen normales, como lo son, hasta los 50ºC, en los Emiratos, algunas zonas de Asia meridional y en Nueva Delhi, en la India. ¿Se imaginan en el futuro las ciudades subterráneas para hacer la vida sin ver el sol?

Los pavimentos asfálticos en Inglaterra se funden, y hay que interrumpir el normal funcionamiento de los aeropuertos para evitar males mayores. Son cientos los hospitalizados y los muertos por golpes de calor en la Europa templada del norte del Sena. La actividad económica se interrumpe, y muchas comunicaciones por vía férrea fallan al parar los trenes en las vastas zonas incendiadas.

Nadie nos habla de que el sol pueda tener ahora mayor potencia por razones no explicadas. Nadie nos dice en qué fase estamos del mencionado calentamiento global. Enfrentamos, seguramente, el mayor peligro de la historia de la especie humana, tras haber roto los equilibrios climáticos con los millones de toneladas de CO2 y metano que inyectamos en la atmósfera cada día. Piensen en ello, no como un tema adicional del veraneo. Sino como augurios que van a hacerse realidad.

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