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Biodiversidad Cellnex

La ganadería extensiva, protectora de la biodiversidad y el paisaje

Dos explotaciones de Castilla y León muestran cómo las buenas prácticas permiten armonizar rentabilidad, coexistencia entre especies, lobo incluido, y preservación del medio natural

Un perro mastín vigila las ovejas de los hermanos Valle
Un mastín vigila junto a las ovejas de los hermanos Valle Autoría: Leandro ValleLeandro Valle

Una definición ortodoxa de la ganadería dice que es un sistema de producción basado en el aprovechamiento eficiente de los recursos naturales del territorio para criar razas y adecuadas, compatibilizando la producción con la sostenibilidad y generando servicios ambientales y sociales.

Este es el sistema por el que han optado los cuatro hermanos Valle, ganaderos y pastores de ovino, y la ganadera de bovino, Inka Martí. Ellos son la tercera generación de una familia de pastores y ganaderos de la comarca de Las Merindades, en Burgos. Ella se embarcó en la ganadería a raíz de una herencia familiar. Todos tienen en común haber tomado la decisión de apostar por la ganadería tradicional extensiva como forma de armonizar la conservación y regeneración del territorio con la coexistencia entre sus animales y la fauna autóctona, lobo incluido, y la rentabilidad económica. Era como querían hacer las cosas. Vista y escuchada su experiencia, se ve que es posible.

Pastoreo en las venas

Eso dicen que llevan los hermanos Valle a través de Leandro, que ejerce de portavoz, «esto lo tienes que llevar en las venas para cogerlo. Yo tuve la oportunidad de no hacerlo, pero me encantaba». Él se ocupa del ahora día a día de la cabaña ganadera familiar, compuesta por unas 1.000 ovejas y 40 cabras, en la comarca de Las Merindades, al norte de Burgos. Puro territorio lobero. Cogieron el testigo de su padre, pastor durante casi 60 años, y en 2016 «cambiamos nuestra mentalidad. Habíamos visto cómo en 24 años, los lobos hicieron matanzas terribles a nuestro padre y a nuestro abuelo. Más de 200 ovejas. Y ni las criábamos para eso, ni podíamos cambiar la realidad de nuestro entorno».

Recuperar el pastoreo tradicional, del de «estar permanentemente con las ovejas, no dejarlas a su suerte en el campo, llevarlas cada día a los pastos más adecuados y guardarlas por la noche en cobertizos», fueron dos claves del cambio en el manejo del ganado. La tercera, «introducir mastines. Desde que los tenemos no hemos tenido ni una baja. Su misión es proteger el rebaños, en cuanto ven algo extraño rodean a las ovejas». Por ello, Valle asegura que «si no hubiera estado el lobo, nuestra explotación ganadera no sería ahora tan rentable. Fue su presencia lo que nos obligó a cambiar».

Ese paso trajo más cosas, «al gestionar de otra forma los animales, la alimentación, que es lo más caro, nos la da el monte; y ahora está más cuidado, porque aprovechamos mejor los recursos naturales Además, los animales están mucho mejor». Su padre pudo verlo «y eso que, cuando le dijimos que no íbamos a preocuparnos tanto del lobo, casi nos deshereda». En su experiencia, el choque generacional «fue muy positivo. La sociedad del siglo XXI demanda otras cosas y, cómo productor de alimentos, hemos de adaptarnos. No hacer lo que me dé la gana, porque el monte, la flora y la fauna, son de todos».

Les apena no tener relevo, «ninguno tenemos hijos y este oficio está desapareciendo. Ya no es tan duro como antes, pero se necesitaría dignificar la figura del pastor, profesionalizarla, facilitar formación e intercambio de experiencias entre ganaderos y una normativa específica para la ganadería extensiva que recoja las obligaciones y derechos de quienes apuestan por ella».

Vigilancia y movimiento

Las 1.600 vacas de la ganadería de Inka Martí viven en régimen de semilibertad, en lotes de 100 a 150 y en grandes cercados repartidos por las 4.000 hectáreas de dehesa ibérica que son las fincas Gallegos de Crespe y Velasco, en la comarca salmantina Tierra de Alba.

El manejo de este ganado se basa en la vigilancia diaria y en movimiento de unos pastos a otros, sin sobrecargarlos de reses para que se regeneren. Ni en sus fincas «ni en la mayoría de nuestros vecinos tenemos ataques de lobo. Porque se las va a ver cada día por la mañana y por la tarde. Cómo están, si van a parir, si una vaca tiene mastitis, si hay diarreas o garrapatas. El buen manejo del ganado es estar presente y controlar a los animales. La presencia humana es protección, los lobos la detectan y no entran», indica Martí. Ha tenido bajas, sí, pero «desde hace cinco y tres años, estamos en cero. Hace tres tuvimos cinco ataques: dos de lobos y uno de perros de rehalas de vecinos». Tiene esa certeza porque «cuando muere un animal en el campo, acudo a la inspección de la Patrulla del lobo que investiga y certifica la causa. Es que los animales se mueren por muchas más cosas que el lobo».

Para Martí se trata de un proyecto a largo plazo, sus fincas están «en proceso de transición a ecológico y con una apuesta por la vaca morucha que es autóctona, adaptada al entorno y en extinción. Y, también, de aprendizaje y de compartir experiencias con otros ganaderos, que nosotros quizá podamos permitirnos, pero ellos quizá no».

Ganadería de Inka Martin en la finca Gallegos de Crespe
Ganadería de Inka Martin en la finca Gallegos de CrespeClara NavíoLa Razón