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Verde
Más guerras, más emisiones
A pesar de que la OTAN quiere reducir su CO2, no está claro cuánto contaminan los ejércitos. Algunos cálculos hablan de que en solo dos años han emitido lo mismo que 8 millones de coches
El Programa de Naciones Unidas para el Medioambiente (Pnuma) acaba de anunciar su intención de investigar el impacto ecológico de la guerra en la franja de Gaza. Las instalaciones de gestión de residuos han resultado dañadas o destruidas, al menos 100.000 m3 de aguas residuales se vierten diariamente a la tierra o al mar Mediterráneo y la cantidad total de escombros (hasta el 7 de enero de 2024) asciende a 22,9 millones de toneladas. «Por el tipo de guerra, preocupan los escombros de los edificios, ¿qué se hará con ellos? Probablemente acaben en el mar y no solo contienen cemento sino que integran un montón de sustancias, algunas contaminantes», afirma Fernando Cocho, analista de inteligencia y riesgos a la seguridad nacional.
Sin olvidar todo el horror humanitario que genera una guerra, al medio ambiente se le considera la víctima silenciosa y colateral de los conflictos armados. Porque, ¿cuánto contamina un misil? ¿Un edificio arrasado? ¿La presencia de minas antipersona en un terreno cultivable? Solo durante el primer año de la Segunda Guerra Mundial se sacrificaron en Gran Bretaña 400.000 perros y gatos. En Kosovo, aún hoy hay terrenos fértiles que nadie se atreve a cultivar por la presencia de minas antipersona y en Vietnam, el famoso agente naranja todavía hoy está presente en la tierra y el agua y, por supuesto, sigue causando estragos en la población.
Sin embargo, cada vez son más las organizaciones que estudian el impacto en aire, agua, fauna y tierra de los conflictos y el impacto general de la actividad de la industria de defensa. En Ucrania la organización EcoAction registró al menos 1.549 casos de daños ambientales en solo 18 meses. Entre otros se han verificado daños en instalaciones industriales como la metalúrgica Azovstal, el constante peligro nuclear en la central de Zaporiyia y el colapso de la presa de Nova Kajovka, en el río Dniéper. Además de generar problemas de abastecimiento para la población, más de 120 km2 de bosque quedaron inundados en la región de Jersón, en el distrito de Krivoy Rog aparecieron casi 900 kilos de peces muertos de diferentes especies y se han liberado químicos presentes en los sedimentos del agua embalsada.
«Nunca ha habido tanta proliferación de guerras proxy y de conflictos como el de Yemen (8 años) o Siria (13 años), que se alargan en el tiempo y la industria militar se frota las manos porque se consume mucho armamento. Nunca se han fabricado tantas balas como ahora y ha habido tanta falta de munición (si Europa entrara ahora en guerra no duraría ni una semana porque se ha llevado todo el stock a Ucrania). Además, estos conflictos no producen grandes avances y sí graves impactos porque no permiten, por ejemplo, ningún desarrollo agrícola», alerta Fernando Cocho. Además, la producción de armamento y los ensayos militares también dejan su huella. «No somos conscientes de las consecuencias de la proliferación de armas y de las políticas de defensa. No es tanto la contaminación en sí misma como industria que puede ser equivalente a cualquier otra, es más el impacto de la tecnología que se queda desfasada o los productos que quedan abandonados y contaminan los terrenos durante décadas», matiza el analista.
¿Y qué pasa con el CO2? En 2022 el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, anunció la intención de la organización de reducir las emisiones de la organización un 45% para 2030 y ser neutros en carbono para 2050, apostando, entre otras cosas, por nuevos combustibles no fósiles para los vehículos de tierra, mar y aire. Pero ¿realmente se conocen las emisiones del sector militar? Según un estudio publicado en 2022 por la organización inglesa Científicos por la Responsabilidad Global (SGR) y el Observatorio de Conflictos y Medio Ambiente (CEOBS) por sus siglas en inglés es una organización que nació en 2018 precisamente para estudiar los impactos medioambientales de las guerras. Participan en él, la Universidad de Harvard, de Edimburgo o de Leeds), los ejércitos representan el 5,5% de las emisiones globales. Más del doble de lo que contamina la aviación comercial y si fuera un país, sería el cuarto emisor del mundo.
Emisiones en aumento
También alertan de que las emisiones militares quedaron excluidas del protocolo de Kioto de 1997 y en el acuerdo de París de 2015 se las incluye pero sin obligaciones. Es decir, se invitó a los países a reportarlas pero de forma voluntaria. «Solo un puñado de Estados lo hacen, aunque muchas veces de forma parcial y en otras categorías. Lo que se emite en aguas internacionales o en el espacio aéreo, una parte fundamental de la huella militar, ni siquiera aparece», apunta Stuart Parkinson, director de la organización científica SGR y coautor de dicho informe a RTVE. Según un estudio publicado en 2019 y realizado por la Universidad de Brown (EE UU), el Pentágono ha emitido desde 2001 a 2018 1.200 millones de toneladas de CO2”.
Además, los presupuestos destinados a defensa van en aumento. En julio de 2023 España también asumió el compromiso de elevar el gasto en defensa hasta el 2% del PIB (una meta histórica de la Alianza Atlántica y que en solo unos meses han adoptado al menos una docena de países). Con el aumento de los presupuestos, aumentan las emisiones; según datos del Transnational Institute (TNI) y el Centre Delàs d’Estudis per la Pau, el gasto militar de la OTAN ha pasado de los 1.160 millones de dólares en 2021 a 1.260 millones en 2023 y sus emisiones lo han hecho de las 196 millones de toneladas métricas a 226 (en solo dos años, las emisiones se pueden equiparar al CO2 de ocho millones de coches circulando). «Si habláramos como si se tratase de un país, ocuparía la posición 40 en el ranking mundial de estados emisores por encima de Etiopía o Países Bajos. Además, si todos los países de la Alianza asumen el 2% la huella de carbono militar de este grupo de naciones llegaría hasta los 467 millones de toneladas métricas en los próximos ocho años», dicen las citadas entidades.
El contraste con lo anunciado por el secretario de la OTAN resulta evidente. Pero es que, aparte, dicen estas mismas organizaciones, con estos fondos se podría cubrir durante 12 años, el Fondo Verde por el Clima (una herramienta creada en el Acuerdo de París de 100.000 dólares anuales para adaptación de los países en vías de desarrollo). Los anuncios de la OTAN se ven como un lavado verde porque «a la vez, se están desarrollando armas como el caza F-35 que contaminan más del doble que un F-16», explicaba Parkinson a los medios.
El peligro nuclear
Desde la Segunda Guerra Mundial no se utilizan armas nucleares («el desastre si se produjera una escalada de ataques nucleares sería absoluto. Ninguna parte sobreviviría mucho tiempo», dice Cocho), pero en el medio siglo que pasó entre el lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima y el tratado de prohibición de ensayos nucleares de los 90 en todo el mundo se realizaron 2.000 pruebas que liberaron radiación a la atmósfera y a los océanos, por no hablar de España, donde todavía hay vallados 40 hectáreas de terreno en Palomares por altos niveles de radiación, 58 años después del accidente de dos aeronaves de las Fuerzas Aéreas de los EE UU.
Más allá de la guerra convencional
Además de armas convencionales o nucleares, hay todo un catálogo de nuevas tecnologías que van ampliando las posibilidades armamentísticas. «Se sabe que ejércitos como el de EE UU o China cuentan con bombas de pulso electromagnético que quemarían los aparatos electrónicos de ciudades enteras. No se han usado más que para causar interferencias puntuales, pero si se utilizaran generarían un caos absoluto y una cantidad enorme de basura electrónica. También se pueden usar los satélites como armas kamikazes para cegar al enemigo», dice Fernando Cocho. ¿Y qué pasa con las armas biológicas? La IA y herramientas de edición genética como CRISPR facilitan la creación de organismos a bajo coste. De hecho, más de un centenar de científicos acaban de firmar una carta contra la creación de armas biológicas con IA. Solo por poner un ejemplo del peligro que representan: ESMFold, la IA de Meta, ha descrito la estructura de 700 millones de proteínas de microorganismos presentes en el entorno y en el cuerpo.
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