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El Olivar del Lentisquillo
Vida lenta
Hay que ser muy valiente para emprender en general, pero en el campo más. De donde unos huyen dejando pueblos y terrenos vacíos otros llegan cargados de sueños y buena voluntad haciéndoles frente a plagas, inundaciones o sequías, entre otros retos que impone la naturaleza, por no hablar de los números que hay que hacer para que salgan las cuentas. Aún así algunas personas se animan guiadas por el amor a la tierra y las ganas de hacer bien las cosas. Hoy me gustaría acercar la historia de la familia Vázquez Alarcón que, con raíces jienenses, cordobesas, onubenses y gaditanas, adquirieron, a mediados de los 90, un terreno de cuatro hectáreas en el término municipal de Medina Sidonia, en Cádiz, el Olivar del Lentisquillo. Donde había un campo sin cultivar llevaron los plantones de los olivos de su familia, en Jaén, cuya tradición olivarera se remonta 300 años atrás. El primer árbol se plantó en 1994, tres años después llegó la primera cosecha, pequeñita, para consumo propio, pero desde entonces el cuidado de la tierra, la ilusión y la constancia han llegado a proporcionarles en alguna ocasión una recogida de hasta 24.000 kilos de aceituna. La variedad picual crece en esta zona de viento de levante y calor extremo en los veranos con un sabor más suave y aromático de lo habitual. El empeño de esta familia en llevar la excelencia en todo el proceso ha conseguido medallas, la certificación ecológica y clientes enganchados a su aceite en Inglaterra, Suiza o Alemania, y por supuesto en España. La niña bonita es la botella de cristal de 500 mililitros, pero yo sé que a principio de temporada ponen a la venta durante unos días unas garrafas de aceite sin filtrar, de un color verde intenso y un sabor que te da la vuelta el paladar. Ya veremos lo que depara la añada 2025. De estas historias está hecha la mejor despensa de España, de verdad. A los emprendedores del campo, a todos, gracias.