Checas de Barcelona
Jacinto Vives i Vives era un joven que nació en la calle Santa Eugenia número 9 del barcelonés barrio de Gracia. Su padre poseía una peluquería y las tertulias sociales y políticas fueron una norma habitual durante la República. A ella acudía el sindicalista Ángel Pestaña. Estalla la guerra civil y el joven Jacinto empieza a formar parte de lo que se conoció como Socorro Blanco, que ayudaba a las personas escondidas e hizo una gran labor con las familias que habían perdido al padre, a un hijo, o a ambos.
Como consecuencia de las colectivizaciones su padre, Jacinto Vives Ferré, perdió su establecimiento. La peluquería fue desmantelada y fue obligado a ir a trabajar a otra, propiedad de un tal Guitart, a la sazón jefe del sindicato de la CNT de peluqueros. Explicaba Vives que, durante el periodo que estuvo en la cárcel, su padre era el barbero de Vladimir Aleksándrovich Antonov-Ovseenko, el cónsul de la URSS en Barcelona. Lo eligieron por una razón muy sencilla. Teniendo a un hijo en la cárcel el padre no intentaría asesinarlo. Antonov-Ovseenko se cubría las espalda y el cuello.
Jacinto Vives entró a formar parte del Socorro Blanco el 12 de febrero de 1937. Un año después, el 15 de marzo, ingresó en la Cruz Roja de Sant Just Desvern. Después de la guerra sería miembro de las Federación de Jóvenes Cristianos.
El 25 de marzo de 1938 ha quedado marcado en su memoria. Aquella tarde decidió ir al cine con su amigo Jaume Vandellós Jordana. Regresó a casa sobre las ocho y media de la tarde noche. Minutos después llamaron a la puerta. Eran unos patrulleros que preguntaron por él. Tenían orden de registrar la casa. Con toda probabilidad lo estuvieron vigilando toda la tarde. En la casa no encontraron nada. Buscaban pistolas y documentación que pudiera culpabilizarlo de pertenecer a la quinta columna. Los patrulleros le comunicaron al padre que se lo llevaban a la calle Muntaner número 321. Que para mayor tranquilidad podía acompañarlo hasta allí. Así lo hizo. Después le pidieron que se marchara. “En pocas horas regresara su hijo a casa”, le comentaron.
Lo subieron al ático del chalet y lo dejaron aislado. Horas después empezó el interrogatorio. Un tal Olmo llevaba la voz cantante. Lo acusó de ser falangista y pertenecer a la quinta columna. De nada sirvió que el negara todo aquello. Tuvo que firmar una declaración donde se le imputaban estos cargos.
De Muntaner al Preventorio-D, en la calle Vallmajor. Allí encontró amigos y conocidos. Uno de ellos, Jesús Ara Lahaz, echaba sangre por la orina de la paliza recibida. Se desconoce el motivo por el cual de Vallmajor los llevaron al Santuario de El Collell (Gerona). Poco tiempo permaneció allí, pues una madrugada los montaron en un camión y volvieron a Barcelona.
No pararon en ninguna checa. El camión los condujo directamente al Palacio de Justicia. Al llegar a la sala de audiencias hicieron entrar a los letrados defensores. El que le tocaba a Jacinto Vives le preguntó al juez, con la venia, si le podía enseñar el sumario para conocer el motivo del juicio. El juez, tajante, le respondió que no se preocupara, que ya se enteraría durante el juicio. Así pues, fue juzgado sin garantías. Lo condenaron a muerte junto con Manuel Ardévol Soler, José María Truco Portella, Jaime Vandellós Jordana, Miguel Ferrer Mir, Luis Delaguardia Valldeperas, Joaquín Caselles Forn, Francisco Tous Riera, Eduardo Vallejo Arquero, Jaime Jordán Jordán, Antonio Canudas Gimeno, José Núñez Otero, Juan Colomé López, Pedro Serrat Balado, Francisco Gurt Serrate, Manuel Coca López, Jesús Perera Millán, Jesús Madurell Aloma, Jesús Ara Lanaz, y José Casellas Fora.
Una vez condenados fueron trasladados al Castillo de Montjuic y encerrados en el llamado túnel de la risa, donde los reos esperaban su hora. La providencia quiso que al día siguiente el periódico “The Time” criticara que el gobierno republicano condenaba a muerte a menores. Para cubrirse las espaldas, se les revisó el juicio por alta traición. Les conmutaron la pena de muerte por la de 30 años de cárcel.
Al no ser ejecutados decidieron trasladarlos a la Cárcel Modelo, a la galería de políticos, reservada para los condenados a muerte. No era el lugar más apropiado para aquellos jóvenes. Por eso decidieron sacarlos de ahí y trasladarlos al preventorio de menores que la Generalidad de Cataluña tenía en lo que se conocía como Bones Hores. Era una finca -Can Cata- Ubicada en Cerdanyola del Vallès.
Allí pasaron los días sin hacer nada. Comían, descansaban y contaban las horas. El jefe del preventorio era un tal Medina y la administración la llevaba un tal Pamies. Sobre el 24 de enero de 1939 se dieron cuenta que estas dos personas habían desaparecido. No se atrevieron a salir. Fue el 26 de enero, con el revuelo que se organizó con la llegada del ejército nacional, cuando decidieron escaparse y regresar cada uno de ellos a sus casas. La guerra y los sufrimientos finalmente habían terminado.
No todo el mundo pasó las mismas penalidades. Un amigo de Jacinto Vives, Luis Mainat Pla, fugado de Zaragoza, donde estaba sentenciado a muerte, pasó toda la guerra encerrado en el manicomio de Sant Boi de Llobregat. Se hizo pasar por loco y gracias al dinero que recibía, con el cual compraba el silencio de los funcionarios, consiguió salvarse no sólo de ir al frente, sino de una muerte segura. El propio Jacinto Vives le llevó en más de una ocasión dinero. “Era el más cuerdo de todos”, afirmaba.
En Santa Engracia número 2 había una oficina de las patrullas de control. Eran gente conocida por todos. Cada día informaban a los vecinos del número de personas que habían asesinado y el lugar. Generalmente los asesinaban en la carretera de La Rabassada. Jacinto Vives y sus amigos subían hasta allí y localizaban los cadáveres. Si eran conocidos iban a ver a las familias y les explicaban que su pariente yacía muerto en tal o cual sitio. Todo esto que hemos contado forma parte de la memoria histórica que vivieron muchos barceloneses anónimos.