Historia
La leyenda negra de Tomás Harris
En “Los diplomáticos desaparecidos” (1952), su opúsculo sobre Guy Burgess y Donald Maclean, que entonces acababan de desertar, Cyril Connolly terminaba diciendo que la leyenda de los funcionarios traidores volvería al imaginario común cada primavera, con las primeras flores y los primeros frutos, sin llegar a extinguirse del todo. Algo parecido ocurre en nuestro país con la figura del angloespañol Tomás Harris (1908-1964), pintor, coleccionista, experto en Goya y agente del MI5. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurrió con Burgess y Maclean, cuya vinculación con el espionaje soviético ha quedado ampliamente acreditada, sobre Harris, a pesar de los rumores y los infundios, nadie ha podido demostrar nada acerca de su propia leyenda negra. Hasta la fecha, no ha aparecido ningún documento, ni en los archivos británicos ni en los rusos, que certifique su doble vida. Es más, en las últimas décadas, no hemos obtenido más que evidencias palmarias acerca de su inocencia. En 1988, el periodista Phillip Knightley entrevistó a Philby en Moscú. A la pregunta de si se arrepentía de algo, Philby contestó que no, añadiendo luego: “Bueno, hay amigos míos que se habrán enfadado mucho, gente como Tommy Harris. Y eso es lo único que lamento”. En 1994, Yuri Modin, el espía del KGB que trabajó en Londres como enlace del quinteto de Cambridge, publicó sus memorias, que en español se titularon “Mis camaradas de Cambridge”. Modin nunca conoció a Harris y sólo le cita de oídas como amigo de Philby.
En 1979, después de que Margaret Thatcher decidiera desvelar en la Cámara de los Comunes que Sir Anthony Blunt era el cuarto hombre de la red de Cambridge, provocando un seísmo en las altas esferas del país, se desató una paranoia nacional en busca del quinto hombre, para que el que se barajaron varios candidatos, Harris entre ellos. La polémica, como puede consultarse en la documentación recientemente desclasificada, obligó a la primera ministra a aclarar en los Comunes que no se podía acusar frívolamente a personas que “han servido lealmente a este país”, en clara referencia a Harris. Yurin Modin, en sus citadas memorias, acabó identificando a John Cairncross como el quinto traidor. A todo ello le podríamos añadir la extensa bibliografía que corrobora todo lo dicho y mucho más. Ahí están, por ejemplo, los rigurosos trabajos en España de Doménec Pastor Petit o de Javier Juárez. O en el Reino Unido los de Miranda Carter o los de Jason Webster. Pero no hay manera. Harris parece condenado a la difamación. ¿Por qué? La verdad es a veces más aburrida que la mentira.
El último en contribuir a la causa ha sido Jaime Alcaraván, que en un artículo publicado por este periódico el pasado 30 de agosto, titulado de forma rotunda e inapelable “Tomás Harris, el espía soviético que expolió arte español”, se apuntaba a la fiesta de la deshonestidad y, haciéndose eco de cotilleos, suposiciones y azares, condenaba la memoria del pintor y coleccionista sin aportar ninguna prueba concluyente, cultivando un periodismo sensacionalista que debería avergonzarnos. Ni siquiera la acusación de “expolio” se sostiene, ya que entonces, cuando Harris trabajaba como comerciante de arte y antigüedades en el negocio familiar, España no contaba con una ley de protección del patrimonio, que no sería aprobada hasta 1985. Expoliar supone llevar a cabo una actividad ilegal. Lo que hizo Harris, como todos los marchantes de entonces y aun de otras épocas, podría ser tachado de reprobable –pero quizá no tanto como la actitud de quienes le vendían las obras de arte en nuestro país–, pero no era ilícito. En cuanto a que ese comercio se hizo para beneficio de los soviéticos por su apoyo a la República, ça fa rêver, como diría Flaubert. La capacidad de fabulación de algunos no tiene límite.
Quizá algún día se demuestre que Harris mató a Kennedy, pero hasta ahora, lo único que sabemos a ciencia cierta es que Tomás Harris Rodríguez, de madre española y padre inglés, fue un artista versátil, un comerciante de arte, un gran coleccionista, autor del gran catálogo razonado de la obra gráfica de Goya, agente leal del MI5 –donde llevó a cabo la brillante operación Garbo– y muy amigo, sí, de sus amigos. Como decía Stevenson Of what shall a man be proud of if he is not proud of his friends? No por haber sido traicionado por ellos tiene Harris que pasar a la posteridad como traidor.
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