Opinión
El pelo importa
Que nuestro aspecto es la mejor tarjeta de presentación lo sabemos todos, pero más aún los políticos que controlan al detalle su puesta en escena, para que las luces de los focos favorezcan sus estrategias. Dicen que, estando Felipe González en el poder, se pintaba canas en las sienes para aumentar la credibilidad, igual que Adolfo Suárez se remarcaba las ojeras para hacer ver lo mucho que trabajaba. Puigdemont, por su parte, ha ido domesticando su flequillo a la par que ganaba protagonismo, mientras Torrent relegó las gafas y se dejó barba para resaltar su atractivo, justo antes de presidir la mesa del Parlament. Pero ninguno de los ligeros cambios antes señalados ha resultado tan efectivo y radical en los años de democracia españoles como el de la antisistema Anna Gabriel, que abandonó de un día para otro su estética kaleborrokera, cañera e incluso furiosa, para transformarla, de la noche a la mañana, en la de una mujer convencional y dulce al gusto de los suizos. Hay que decir que así como a algunos les van fatal los cambios a esta chica el de la melena le ha sentado tan bien, que somos muchos los que recordando al periodista y escritor Carlos García Calvo –que por cierto no tiene un solo pelo- hemos pensado que queda claro aquello que el siempre repite: «el peluquero es el mejor amigo de la mujer». Aunque, teniendo en cuenta lo mucho que le deben a los injertos, José Bono, o, según dicen algunos, el mismísimo Albert Rivera, lo que cabría decir, como señaló el otro día mi colega y amiga Luz Sánchez-Mellado en Espejo Público es que «el pelo importa». Se sea hombre, mujer o mediopensionista...
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