Opinión

La huelga feminista

Ver la realidad española a kilómetros de distancia tiene su aquel. Así, cuando contemplé videos de la «huelga feminista» con añosas señoras bailando o con una anciana que decía con voz bronca: «¡A por ellos!» me pareció sólo un episodio pintoresco. Me inquietó más ver a cuatro científicas que alegaban que si no había más mujeres con el Nobel en alguna ciencia era por discriminación antifemenina. Teniendo en cuenta que de todos los premios Nobel relacionados con la ciencia y otorgados entre 1901 y 1990 el 86% fueron ganados por protestantes y judíos –en este último caso el 22%– ateos, musulmanes, budistas y miembros de la Adoración nocturna deberían protestar también por supuesta discriminación. Al encontrarme con un manifiesto en que una serie de periodistas hablaban de la brecha salarial ya me quedé estupefacto. Algunas de ellas se encuentran entre los miembros mejor pagados de la profesión y no conozco a ningún hombre que pregunte por qué tienen el monopolio de ciertos horarios ni mejores contratos como tampoco lo hacen los modelos en relación con las modelos. Pero lo que ya me ha sorprendido es un póster donde se indica a las mujeres lo que han de hacer ese día y, fundamentalmente, es la vida imposible a los españoles y, en especial, a los que tienen en casa. Yo hubiera esperado manifestaciones masivas ante embajadas como la de Irán, nación donde acaban de detener a unas mujeres por atreverse a ir a un estadio de fútbol, o la de Arabia Saudí que ejecuta por lapidación a fornicarias y adúlteras o la de tantos países donde las mujeres no pueden estudiar ni conducir o son mutiladas y vendidas como esclavas. Observo con dolor que no es así quizá porque ninguna ONG formada por políticas –que no políticos– sacaría entonces tajada de ese dinero que Montoro extrae de los bolsillos de los contribuyentes. Desde luego, es más fácil intentar amargar la vida del padre de los niños, del compañero que intenta de consuno llegar a fin de mes, de la persona con la que se pretende obtener algo de felicidad en esta existencia tan corta y tan dura. Claro está que yo veo las cosas muy de lejos, que desprecio esa monstruosidad totalitaria denominada ideología de género y que no me emociono cuando oigo a una nonagenaria que masculla «¡A por ellos!».