Opinión

Sonrisas y lágrimas

Lo maravilloso de los clásicos es que nunca te fallan. Cualquiera de sus frases no sólo ilumina la noche, cómo decía Willa Cather, sino también las circunstancias contemporáneas que rodean a sus lectores. Lo pensaba estos días a raíz del fantástico happening que montaron los seguidores de Tabarnia por las calles de Barcelona la semana pasada. La avalancha de diferentes movilizaciones lo dejaron en segundo término, pero fue una fiesta de la risa inolvidable. Mucha gente siente recelo sobre tratar a risa un asunto tan serio como un golpe de estado administrativo, donde hasta la policía regional ha espiado a ciudadanos libres. Pero precisamente, ante la seriedad y gravedad de actos tan antidemocráticos, la respuesta más civilizada es el humor. El humor acompañando a la ley de todos, por supuesto; ya que sería ingenuo e infantil pensar que la risa pueda enderezar por sí sola injusticias de tal calibre.

El sentido complementario a la ley es importantísimo en la idea de Tabarnia. Puede resumirse en una frase de Goethe: «Las imágenes representan algo que influye sobre los sentidos y la sensibilidad, que genera impresiones y, a su vez, suscita presentimientos».

Esa es la gran utilidad de que un montón de catalanes hayan salido a la calle disfrazados de Sant Jordi, vestidos como Napoleón en Waterlo, bailando sardanas mezcladas con rock’n’roll, haciendo cuchufletas sobre las solemnidades del catalanismo. Porque el sectarismo segregacionista quiso maquillar las prevaricaciones, coerciones y difamaciones que estaba cometiendo con la seráfica imagen propagandística de «la revolución de las sonrisas».

Y se han encontrado con el presentimiento de que, en la calle, a las sonrisas les puede superar la risa; la carcajada franca, directa, jovial y salida de las tripas. Una sonrisa puede ser cínica, irónica, hipócrita y hasta calculadora. Pero, por su parte, la risa es demasiado espontánea para admitir esos adjetivos. Es mucho más directa y a lo sumo (años de tradición poética lo demuestran) uno de los pocos adjetivos negativos que admite es «amarga».

Por tanto, feliz idea que la ley de todos se acompañe en su aplicación de la catártica risa popular.