Opinión

Oro..

Las películas españolas tardan en pasar el océano –en ocasiones, no lo consiguen– y sólo la semana pasada pude ver «Oro». Les adelanto que me ha gustado mucho por varias razones. Paso por alto la interpretación y la ambientación que son excelentes. Lo que más me ha complacido de «Oro» es que, siendo una obra de ficción, es más verdad que muchos libros de Historia. La gigantesca epopeya de Indias tuvo desde sus inicios dos desgracias terribles que fueron la leyenda negra y la leyenda dorada. La primera la debemos al dominico Bartolomé de las Casas que fue testigo ocular de los hechos y que pudo quizá exagerar, aunque, en términos generales, lo que relató era verdad. El problema es que no dijo toda la verdad. La leyenda dorada tuvo entre sus grandes defensores al jesuita autor del «Memorial de Yucay», uno de los textos más racistas de la Historia donde se defiende la justicia de que los españoles sometieran a la raza india porque era sucia, fea y legañosa. Dado que nunca ha habido españoles sucios, feos y legañosos la solidez de los argumentos del clérigo era irrefutable. Se esclavizaba y explotaba a los indios, pero era por su bien. También el «Memorial de Yucay» contaba, desde su punto de vista, una parte de la verdad, pero no toda y debe reconocerse que, en semejante dislate que nadie acepta, en Hispanoamérica siguen muchos. Hace décadas que me percaté de que la lectura de los historiadores de Indias permite alejarse saludablemente de ambas leyendas. He sentido lo mismo viendo «Oro». Partiendo de una historia con claros paralelos con la jornada de Omagua y el Dorado, en la pantalla vemos el ansia de fama y fortuna, la codicia del oro, la bravura absolutamente irracional, el guerra civilismo de los españoles –sí, ya entonces y con profusión–, la adaptación de algunos de ellos a la tierra y el mestizaje, la insumisión a los poderes civiles, la inclinación ante el rey, la violencia extrema generalmente no por crueldad, sino por deseo de sobrevivir y la añoranza de los familiares que quedaron al otro lado del mar y que, seguramente, nunca volverán a ser vistos como es también el caso de la propia tierra natal. Gallardía y sangre, esperanza y testarudez, deseo y adaptación aparecen, fidedigna y prodigiosamente, junto a las mil y una características de la conquista. No se la pierdan.