Opinión

La amenaza rusa

Las democracias liberales occidentales no tienen demasiados motivos para mostrar su satisfacción con la reelección de Putin. Respalda su expansionismo, ratifica lo que aquí llamamos nacionalismo, da el visto bueno a la propaganda antioccidental y apuntala una práctica de la democracia que consiste en anular a los posibles adversarios mediante procesos judiciales y vetos económicos. (Dicho esto, tampoco estaría de más pensar por un momento si las democracias liberales europeas estarían más seguras con un poder ruso debilitado, tal como salió del colapso de la Unión Soviética y del que Putin sacó a su país después de la era Yeltsin.)

No tengo la menor duda de que la posibilidad más deseable, es decir la consolidación en Rusia de una democracia liberal como las occidentales, no está reflejada en esta alternativa. Más allá de saber si algo así es posible, cabe preguntarse si la población rusa lo desea. La respuesta parece inequívoca, por muchas salvedades que se quiera poner. El autoritarismo de Putin, su empeño en devolver la grandeza a su país y su negativa a desechar la identidad cultural e histórica rusa, todo ello sumado a la mejora del nivel de vida con la salida de la crisis y a la estabilidad social y política indican que el modelo ruso, que no configura una alternativa total a la democracia liberal pero que tampoco la asume como ideal, cosecha un gran éxito.

Empezamos a comprender, en otras palabras, que el modelo político y cultural occidental no parece ser el único atractivo. Aceptarlo no quiere decir aceptar la crítica implícita en este hecho. Y al revés, aceptar que una Rusia fuerte con vocación imperial es una realidad no debería llevar a las democracias liberales a cruzarse de brazos. Lo lógico parece algo muy distinto, que es precisamente reforzar aquellos elementos que permitirían a nuestras sociedades afirmarse a sí mismas en aquello que les es propio. Lo que resulta incoherente es seguir agitando el fantasma de la nueva amenaza rusa, burlarse de la supuesta falta de democracia en Rusia y no hacer nada de lo que habría que hacer para servirle de equilibrio.