Opinión

La heredera de lágrima fácil

Sus fans consideraban que estaba llamada a ser la Thatcher del «procés». Sus oponentes, incluso los independentistas, la veían de otra forma: «Se le asignó un papel que le vino grande». Los que fueron sus víctimas por poner en duda los pasos que llevaron a la DUI son menos compasivos: «Ella fue la que llevó a ERC a la histeria en los momentos clave». Rovira ha sido protagonista por escenas de gritos y llantos. Si se le llevaba la contraria levantaba la voz. Si la tensión era de alto voltaje conjugaba en primera persona el verbo llorar. Lloró cuando Puigdemont suspendió la independencia mientras gritaba en los pasillos del Parlament «yo no votaré eso». Lloró cuando Puigdemont barajaba convocar elecciones, mientras lo perseguía por los pasillos gritándole «pasarás a la historia como un traidor». Lloró cuando votó el 1-O mientras besaba su papeleta. Lloró cuando se declaró la DUI en el Parlament. Lloró cuando el 2 de noviembre dijo «no nos rendiremos, lucharemos hasta el final». Hace apenas cinco meses. Ayer se autoexilió porque no tuvo cuajo para asumir su responsabilidad.

Junqueras desde Estremera la ungió como heredera de una ERC que aspiraba a ganar las elecciones. Su lágrima fácil no le ayudó en la campaña del 21-D. El revolcón que sufrió a manos de Inés Arrimadas la llevó a un segundo plano. Fue el punto y final a un papel protagonista. Impartió instrucciones, se desgañitó en reuniones contra aquellos que mostraban reparos y fue una pieza fundamental del Comité Estratégico, hasta el punto de que se permitió, en más de una ocasión, llevar la contraria, en público, a Junqueras. Desde el 21-D se paseaba como alma en pena. Fracasó en las elecciones y ante su propio partido. La derrota le llevó a un obligado papel discreto. Su visita al Supremo la sumió en depresión y su partido no contaba con ella. Ayer huyó y, seguramente, también lloró. Fue de victoria en victoria hasta la

derrota final.