Opinión
El muerto
A la rebelión catanofacistoide le falta el muerto sobre la mesa para ser ya sangre de infamia. Los pacíficos soberanistas sabían también que llegaría el día (y mucho ha tardado) en que los ánimos se calentarían tanto que costaría respirar con una tranquilidad suficiente como para no quemarse. El ardor de estómago es ya incendio de fuego sin combustión, ese que aguarda un futuro de cenizas, atento a dirimir hacia dónde enfila sus lenguas. Algunos preferirían incluso que el muerto fuera de su bando para así enervar al otro y cargarse de razones. No hay razón más alta que el último suspiro, allí está el lugar anímico en el que todas las guerras empiezan y se hacen eternas. Jamás la herida se cierra después. Los mártires están de rebajas, si bien hay algunos bien pagados. La universitaria Ponsatí recibe tanto que no se entiende que si España robaba a manos llenas cómo queda todavía un remanente para viejos caprichosos que ansían pasar del aburrimiento de los nietos a la epopeya. Catalanes de adopción me enseñaron estos días mapas de fuga por si cuando vuelven a la que ya es su tierra, han de tomar uno u otro atajo, a la frontera norte o a la del sur en caso de guerra ¿En serio?, les dije. ¿Estáis de broma? Y sólo se oyó la cucharilla del café dando vueltas a un enigma. «Sólo nos alivia el humor de Tabarnia», aseguran. «La calle ya es un infierno». Frases con eco salidas de un fantasma. ¿Vivir con miedo no es violencia? ¿Qué te apunten con una pistola aunque no se apriete el gatillo es un gesto pacífico? No sé si «The Times» tiene respuesta. A mí me dejaron sin palabras y un poco avergonzado.
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