Opinión

Consumación final en Auschwitz

Corresponde al gran historiador del Holocausto Raul Hilberg el haber señalado con documentada minuciosidad el origen de las leyes antisemitas del nazismo. En paralelos escalofriantes, Hilberg ya mostró, por ejemplo, cómo la prohibición de matrimonios con judíos comenzó con el concilio de Elvira (306), la exclusión de los oficios públicos se ordenó en el concilio de Clermont (535), la quema de libros judíos se decretó en el XII concilio de Toledo (681), el mantenimiento de la iglesia católica por los judíos se decidió en el concilio de Gerona (1078), la marca amarilla que señalaba a los judíos se implantó en el IV concilio de Letrán (1215), la prohibición de construir nuevas sinagogas se decidió en el concilio de Oxford (1222), los ghettos obligatorios quedaron asentados en el concilio de Breslau (1267), la conversión al judaísmo fue definida como herejía en el concilio de Maguncia (1310) o la imposibilidad de que los judíos obtuvieran grados académicos se impuso en el concilio de Basilea (1434). Las matanzas masivas tuvieron lugar durante las cruzadas, pero también en los pogromos españoles de 1391. ¡Todavía hoy en España se conmemoran supuestos asesinatos rituales cometidos por judíos y se les niega la recuperación de sinagogas! La enumeración de Hilberg –sólo cito algunos ejemplos– muestra que los horrores del Holocausto contaban con todos y cada uno de sus precedentes antes del siglo XV. Es cierto que las normas antisemitas –no pocas veces acompañadas de pogromos– en naciones como la Austria o la Polonia de entreguerras ayudaron a mantener vivo el caldo de cultivo. No en vano, el mismo estado Vaticano tenía una legislación que le permitía, por ejemplo, secuestrar a los niños judíos a los que hubiera podido bautizar su aya como fue el trágico caso, entre otros muchos, de Eugenio Mortara. El largo y terrible maceramiento de un antisemitismo rociado con agua bendita duró un milenio y medio y por eso casi nadie, judíos incluidos, reaccionó frente a las leyes de Nüremberg. Eran la repetición del horror de siempre. Sin embargo, la guerra más terrible de la Historia abrió una nueva puerta, la de utilizar la ciencia con fines criminales desembocando en Auschwitz. En esta semana del Holocausto, deberíamos recordar que nada se produce de golpe sino que la consumación final es precedida por siglos de ebullición. Da lo mismo que sea en el centro de Europa que en Cataluña.