Opinión

Vienen hiperbólicos

Es un frase límpida y diáfana que suele atribuirse a Albert Einstein, pero me parece que en realidad la dijo Richard Feynman: «Si no soy capaz de explicar algo con claridad y sencillez a mis alumnos es probablemente porque yo tampoco lo he entendido bien». No se me ocurre cómo concentrar más sabiduría, humildad y antipedantería en dos líneas. Como se avecinan tiempos de sentencias, argumentaciones y reivindicaciones sobre temas de la más principal importancia para nuestro país, me da la sensación que una máxima como ésta podría ser de la mayor utilidad y convendría que la tuviéramos presente todo el mundo.

Pienso en concreto en la profesión judicial, nuestra gran defensa actualmente contra el populismo en ascenso. Es la base del estado de derecho y, junto con la ley, nuestra gran salvaguarda frente a la demagogia oportunista. Por eso me gusta recordar el peligro de que el lenguaje jurídico que usamos vaya a alejarse del lenguaje de la calle y de la sociedad.

Uno de los muchos errores de nuestra enseñanza primaria y secundaria en los últimos años ha sido no introducir en los alumnos unas nociones elementales de derecho que acercaran el lenguaje jurídico a la calle o, al menos, que habituaran a los peatones a sus resonancias para que no les sonara tan raro. Sería muy interesante conseguir los datos exactos de qué porcentaje de españoles comprende verdaderamente todo lo que dicen las sentencias de las que son objeto.

Si en nuestros colegios se estimularan lecturas como «Democracia en América» de Tocqueville o las deliberaciones de «Desobediencia civil» de Thoreau, probablemente se tendría una idea más clara de la importancia fundamental de la ley para construir una sociedad democrática; de esas normas básicas de convivencia que luego serán aplicadas e interpretadas por los órganos judiciales. Oigo acercarse las exageraciones y las hipérboles de quienes quieren promulgar el derecho a sentirse ofendido, el derecho a indignarse o el derecho a coaccionar a los demás. Para hacer frente a sus fantasías primitivistas nada mejor que el derecho formando parte –igual que la ciencia– de la cultura general. Sobre todo con sencillez y claridad.