Opinión

La diada de verdad

Hoy, como cada año, celebramos el verdadero día de Cataluña. Si vienen a Barcelona, verán las calles llenas de paisanos míos que, por una vez, no serán violentos barbudos asegurando furiosamente que son hombres de paz.

La calle será tomada en esta ocasión por gente a la que le gusta leer. Son más numerosos que los amigos de la diversión con banderas, aunque son de menos salir (incluso en TV3) y a mí me encontrarán, con una mezcla de humildad y orgullo, firmando libros por los rincones.

Los catalanes somos a veces unos seres semirracionales, pero hay que reconocer que la tradición del libro y la rosa es una de las cosas mejor encontradas que he visto para explicar el mundo en que nos gustaría vivir a las personas civilizadas.

Yo guardo siempre un prejuicio contra las leyendas en la punta de mi espada, pero a Sant Jordi y el dragón les doy unos cuantos metros de ventaja por haber tenido la habilidad de colocarme su pamplina en esta estación deliciosa. No se me ocurre época más prometedora, que invite más a construir, que esos días de abril atiborrados de perfumes en que empiezan a eclosionar los brotes verdes de los árboles.

Libros, flores, sol y primavera ¿qué más puede pedirse? Cuando la leyenda y sus rituales provocan conductas susceptibles de convertirse en felicidad tangible yo soy partidario de considerarlos como esencias de la realidad misma.

La temperatura tibia que se abre camino en el aire por primera vez en el año, sumado al galanteo de la rosa y a la abierta curiosidad por diversos textos escritos que intercambian entre ellos los peatones, es cosa que literalmente pone la carne de gallina.

Es por eso que, por estas fechas, una buena parte de catalanes pedimos, y vamos a seguir pidiendo, que se traslade la Diada al 23 de abril. En lugar de celebrar una batalla que acabó en tragedia, con un himno ominoso, justo cuando empieza la temporada más triste y en medio de una controversia repleta de mentiras históricas, podríamos dedicar la primavera a Amadeo Vives, a los libros, a la fotosíntesis y a polinizar adecuadamente. Solo la cercanía a la vendimia puede explicar que se les ocurriera una Diada en otoño: debían andar todos borrachos.