Opinión
Trump dispara la deuda pública en EEUU
Bajar impuestos es positivo para la economía y para la sociedad: cuantos menos recursos maneje el sector público y más queden en manos de los ciudadanos, más intenso será nuestro crecimiento y más libres serán las personas para tomar decisiones relativas a sus vidas. Sin embargo, y por mucho que recortar impuestos resulte en general positivo, no debe hacerse de cualquier modo.
Los tributos constituyen la fuente de ingresos con la que el Estado financia el gasto público, de modo que ambas magnitudes han de gestionarse de manera conexa. Si se reducen intensamente los impuestos pero no se rebaja en paralelo el gasto público, entonces es muy probable que el déficit y el endeudamiento público terminen expandiéndose. Es verdad que, en ocasiones, una minoración de la losa impositiva puede terminar incrementando la recaudación en términos netos: si la rebaja dinamiza tanto la actividad productiva como para que las bases imponibles crezcan lo suficiente, entonces menos impuestos pueden terminar aumentando los ingresos que percibe el Estado. Es uno de los posibles efectos de lo que popularmente se conoce como «curva de Laffer».
Sin embargo, que la recaudación tributaria aumente tras una bajada de impuestos sólo es un posible escenario, no una necesidad. Por ejemplo, si el PIB de un país es 100 y el tipo impositivo medio es del 10%, la recaudación será de 10; si ese mismo país recorta su tipo impositivo al 5% y el PIB se dispara a 150, entonces la recaudación terminará siendo de 7,5: es decir, aunque bajar impuestos habrá dinamizado la economía, los ingresos del Estado habrán terminado cayendo. Que el Estado vea mermar su recaudación no es algo negativo: al contrario, como decíamos al principio, cuanto menos recursos maneje el Estado y más queden en manos de la sociedad, tanto mejor. Ahora bien, si la recaudación cae, también será menester que se reduzca el gasto público. En caso contrario, padeceremos un déficit público que deberán pagar los contribuyentes del futuro. Esa es, precisamente, la situación en la que se encuentra ahora EE UU tras la rebaja fiscal de Donald Trump.
El republicano rebajará la presión fiscal que sufren los ciudadanos estadounidenses como consecuencia de la actuación del Gobierno federal desde el 17,3% del PIB en 2017 hasta una media del 16,8% entre 2019 y 2023. No se trata de una gigantesca devolución tributaria (apenas medio punto del PIB), pero el problema reside en que, durante esos mismos años, el gasto público federal medio será del 21,8%: una diferencia equivalente a cinco puntos del PIB estadounidense. Debido a esta acumulación de desequilibrios presupuestarios, la Oficina del Presupuesto del Congreso estima que, en 2023, la deuda pública superará el 110% del PIB a pesar del fuerte crecimiento que experimentará la economía estadounidense durante ese periodo. Si Trump aspirara verdaderamente a reducir el insoportable peso del Estado sobre la sociedad estadounidense, no debería contentarse con disminuir los tributos, sino que también debería meterle la tijera al presupuesto federal. Mientras tanto, más y más deuda.
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