Opinión

La casa vacía

Crecimos en la fofa proximidad del utopismo y maduramos junto al cuchillo de la razón. Creímos a los mejores de nuestros viejos cuando advertían contra los cantos de sirena y explicaban, voz cascada y firme, que la vida fluye loca, pero también enemistada con el dualismo blanco/negro que nutre y estructura las mentes infantiles. Los hechos son opinables, pero no opiniones. Años más tarde, vapuleados por el cinismo al mando, contemplamos cómo algunos príncipes del PSOE y PP reclaman la cabellera de un juez díscolo. El ministro Catalá y la portavoz Robles, a la que cualquier partidario de la libertad recuerda por el Caso Tommouhi: busquen, busquen «La doble hélice», de Braulio García Jaén. A lo que íbamos.

El ministro comenta no sé qué del problema del juez, todos lo saben, dice, todos. La portavoz polemiza con el CGPJ y sus lentos reflejos. Sin que a nadie le importe si ahogamos el in dubio pro reo, ya muy tocado, y ese más allá de toda duda razonable, y esa carga de la pena cual mariposa herida en el tejado de la fiscalía. Qué decir de un Código Penal del 95, o sea, de cuando Belloch era ministro y Margarita secretaria de Estado de Interior (antes, subsecretaria de Justicia). Un Código que pelea contra la draconiana simplificación. Catalá. Robles.

El desánimo de contemplar las evoluciones de los partidos digamos convencionales. Hoy entregados al dulce veneno de compartir jaleo con quienes piden «castigar preventivamente» al magistrado. Por una vez, no sé si la primera en mi vida, las asociaciones firman para afearle al poder ejecutivo que azuce los lobos contra el judicial. Un torpedo voraz en el noble paquebote de la justicia garantista, delicadísimo ideal que requiere de jueces razonablemente ajenos al clamor popular y, por supuesto, libres de someter a sufragio universal y consulta telemática la sentencias. Que por otro lado pueden recurrirse. El Alto Tribunal de Twitter y el Constitucional Reunido en Plaza Pública los dejamos mejor para los aullidos que cruzan de gótico sureño «La noche del cazador». Aquel poema en prosa y plata de Charles Laughton donde, en palabras de Elbert Ventura, «el paisaje es al mismo tiempo exuberante y pestilente, unos Estados Unidos idílicos pero acuciados por la maldad de los hombres y la turba». Buscamos a Lillian Gish y no hay nadie. La casa vacía, Montesquieu en la hoguera.