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Opinión
La escritura
Si me defino como constitucional es sencillamente porque aprecio la escritura. Considero que todo lo primordial de la vida humana en sociedad pasa por ella. Cuando digo esto mucha gente interpreta que pretendo afirmar que el lenguaje ha de ser lo más importante en nuestra vida. Y no es eso lo que quiero decir, sino que es la encrucijada inevitable por donde pasan todos nuestros asuntos. ¿Les parece poco? Puede ser que yo no logre hacerme entender, pero estoy seguro que ustedes me comprenderán.
Se trata tan solo de ser un decidido partidario del derecho escrito. Si el testimonio tangible y detenido de la escritura ya nos ofrece dificultades a la hora de interpretarlo, imagínense las dificultades con los discursos hablados que se lleva el viento. Las palabras del poder pueden ser trituradoras e inductoras de injusticias; por eso nada mejor que precaverse de sus posibles abusos con un buen contrato escrito de referencia. La mejores leyes como contratos son aquellas que son claras y breves. Nos acercan a las éticas de responsabilidad individual y nos alejan de las dogmáticas éticas de convicción. Los textos, por otra parte, siempre traslucen las intenciones de su autor.
Por eso, leyendo atentamente el voto particular de la sentencia de la Manada, puedo entender perfectamente que alguien lo califique, como mínimo, de «singular» y creo que el ministro ha estado bien. Lo siento por Carlos Lesmes que es también un hombre valiente que no se ha arredrado en decir cosas impopulares cuando había que hacerlo. Ambos, bien mirado, han cumplido sus papeles. El ministro ha estado con un ojo en la calle y otro en su sector. El Consejo General del Poder Judicial, por su parte, ha defendido a sus profesionales, la mayoría de los cuales están sobradamente cualificados y capacitados. Pero, en una sentencia de un caso tan cruel y difícil como este, todos coincidimos en que están absolutamente fuera de lugar palabras como «jolgorio», «regocijo», y cosas similares. Eso lo entienden hasta los grillos. El Consejo podrá reprocharle al ministro sus formas, pero éste siempre podrá responder que si hubieran tomado las precauciones necesarias no hubiera urgido saltarse al final las buenas maneras.
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