Opinión
Vivir o morir
Vivir o morir, esa es la cuestión. Hace días veíamos con tristeza la claudicación a la vida del pequeño Alfie, ese bebé británico con un mal extraño, que acabó su existencia a los pocos días de retirarle el respirador porque los jueces de su país determinaron que no había oportunidad para él, cuando médicos de Italia y Alemania se ofrecían a tantear otras pautas científicas para intentar sacarlo adelante, pero no fue posible: los jueces se opusieron meridianamente y la muerte le sobrevino de forma inexorable, sin ningún tipo de opción. En nuestras antípodas, en Australia, un hombre de 104 años proyecta viajar a Suiza para que le ayuden a morir. Dice que ya no es feliz, que la vida se le hace demasiado larga y que ya no le interesa seguir en este valle de lágrimas, pero en su país de origen no está legalizado el suicidio asistido.
Por eso recurre a la ayuda que le presta una ONG, la Exit Internacional, que es partidaria de la buena muerte, cuyos representantes acompañarán al anciano en su viaje con billete sólo de ida hasta Basilea donde su deseo será cumplido. A mí todo esto me da una sensación bastante siniestra. La muerte es consustancial a la vida: todos hemos de morir, pero no todos tenemos la misma percepción del puro acto de la muerte.
Al margen de consideraciones religiosas todos desearíamos una muerte dulce... pero algunos deseamos prolongar la vida, soñamos con una larga y placentera existencia,aunque eso sea solamente una vaga utopía.
Este australiano, protagonista hoy de estas líneas, con 102 años aún trabajaba en la universidad; es un sabio investigador que, con una edad tan avanzada, posee una mente prodigiosa y una experiencia y unos saberes de los cuales se han venido beneficiando los alumnos de la Universidad Edith Cowan, de Perth. Ahora insiste en que ya no es feliz, y yo pienso que hay que respetarlo, porque lo suyo no es una frivolidad. Es un deseo firme de una cabeza inteligente. Buen viaje profesor.
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