Opinión

Marx de Lladró

Este fin de semana se cumplieron doscientos años del nacimiento de Marx, uno de los tipos más citados y menos leídos del último siglo. La verdad es que el esfuerzo intelectual que hizo el judío de los pantalones a cuadros fue formidable, titánico, sobrehumano. Se sentó en la biblioteca del Museo Británico, con su decimonónica levita, y se introdujo en la cabeza todos los vectores económicos y sociológicos que marcaban la vida de su tiempo. Su esfuerzo para explicarlo en prosa fue muy meritorio y nos otorgó una oportunidad de conocimiento con algún que otro rasgo de prosa pseudo-poética. Un gusto un poco Lladró lastra la prosodia de sus explicaciones (ese «espectro que recorre Europa» del Manifiesto Comunista), pero sus análisis fueron brillantes. Sus observaciones sobre la fuerza de trabajo y la propiedad de medios de producción se pueden considerar hoy en día absolutamente vigentes. También las reflexiones sobre el valor de uso y el valor de cambio. Sus descripciones son tan acertadas que, en ese aspecto, uno puede decir tranquilamente que Marx tenía razón sin ser por eso necesariamente un marxista.

Otra cosa son las soluciones que propuso para las problemáticas que describió. En el paquete de propuestas, sus patinazos y resbalones en el sótano son épicos. Acompañado de Engels, vuelve a la prosa poética, irreal y estilizada como estatuilla de Lladró, y se inventa cosas tan improbables y antidemocráticas como la «dictadura del proletariado». Es curiosa esa dualidad: un tipo enormemente capaz de analizar y describir lo que presencia, pero que cuando propone soluciones no da una. Me recuerda a esos economistas que son unos grandes analistas de mercados, pero que cuando necesitamos su consejo nunca nos sacan de ningún lío. Bien mirado, es lógico. Nosotros los filólogos, por ejemplo, analizamos un libro de Marías o Aramburu y decimos lo que encontramos en él. Pero nunca caeríamos en la vana pretensión de pronosticar cómo van a ser sus próximos libros. Filósofos y economistas, en cambio, parece que no pueden resistirse a hacerlo. Es comprensible: tienen más presión que nosotros. A la gente le preocupa el futuro y el dinero; los libros solo nos importan a cuatro gatos.