Opinión
Striptease
Puigdemont es un hombre que se ha hecho a sí mismo, pero es que además adora con veneración y locura a su creador. Los catalanes estamos condenados a los reiterados detalles que nos da sobre su propia vida y sus andanzas, desde sus WhatsApp depresivos al amigo Comín a sus euforias de repúblicas cuánticas.
Su último vídeo nos hace preguntarnos si encima no consumirá quizá a escondidas grandes cantidades de etilenglicol que, como todo el mundo sabe, es un anticongelante de poderosas virtudes espirituosas. El hecho ineluctable es que se le ha ocurrido hacer una grabación para señalarnos cuál ha de ser el próximo presidente autonómico. Y cuando digo señalar, lo hago usando el verbo en su acepción más estricta: es decir, eligiendo a dedo. Ni primarias, ni proceso democrático, ni nada parecido. A dedo, porque lo dice Puigdemont y si no, no se quita de en medio, no deja de estorbar y nos mantiene a toda la sociedad catalana como rehenes electorales; lo cual compromete ya algo de entrada la credibilidad de su sucesor. Fue sintomático cómo anunciaba TV3, pocas horas antes, lo que iba a hacer Puigdemont. Dijo que estaba «a la espera de la resolución del Supremo, para entonces desvelarnos su apuesta para presidir la Generalitat». Las palabras usadas, «desvelar» y «apuesta», ya lo dicen todo: estamos en un casino donde se quitan los velos con fanfarria y suspense y se juega a la lotería. Si la decisión estaba ya tomada, ¿a qué ocultarla con un velo? La respuesta es que se quiere fingir que todo estaba calculado, más que nada para no tener que sonrojarse de frivolidad e improvisación. Se habla de activar planes C o D para que suene a protocolo de película y no decir llanamente que es el cuarto o quinto intento que se inventa porque los otros han sido fiascos vergonzosos. Pero todo el supuesto protocolo hace pensar que no hay plan, que lo que hay es pelea. Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces. Como Puigdemont no puede reconocer las razones por las que cede, el vídeo estuvo lleno de afirmaciones delirantes para despistar: que si un malísimo Estado monstruo, que si el profe me tiene manía, y el remate final del consabido y teatral viva a la patria. Sólo le faltaba la barra, pero fue el peor «stripper» que se haya visto en la vida.
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