Opinión
Prefiero un merengue
En unas horas, Amaia y Alfred, la parejita del «Siento que bailo por primera vez», representará a España en Eurovisión, con las mejores expectativas de los últimos años. El aparato marketiniano de OT y la almibarada historia de amor de los chicos han contribuido de manera definitiva a que muchos les respalden, pese a algunas torpes meteduras de pata que prefiero no subrayar. Actuaciones inoportunas aparte, me tiene fascinada la devoción de tantos a estos triunfitos y más aún al tema que van a defender.
La letra, la música y sobre todo la puesta en escena de los cantantes me hacen pensar que o bien nos hemos vuelto tan cursis como para que nos fascinen de nuevo los productos Disney o que estamos tan cansados de sucesos oscuros, agresiones sexuales y problemas enconados catalanes como para que si un par de chavales se miran a los ojos tiernamente, nos dispongamos a celebrar lo que canten por acaramelado que sea. Me parece bien, claro. Bienvenido todo lo que nos haga felices, más allá de su pureza, de la calidad e incluso de la estupidez. Porque permítanme que les diga que estos chicos, sonrientes y monísimos, para que negarlo, quizás por eso de estar permanentemente en su papel de enamoramiento sin fisuras, presentan una cierta imbecilidad que, por suerte, atendiendo a Ortega y Gasset, será transitoria. Que nadie piense que les estoy insultando (al que no le haya vuelto un poquito tonto el amor alguna vez, que tire la primera piedra), ni tampoco que no quiero que ganen. Celebraría su victoria o un buen lugar, aunque no piense escuchar «Tu canción». Entiéndanme: puesta a empalagarme, prefiero un buen merengue de fresa.
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