
Gran Apagón
La mayor transición energética de Europa, diseñada por políticos
La discrepancia por el cierre de las nucleares es solo el último choque de un Gobierno enfrentado por sistema a las eléctricas

Las dos últimas ministras nombradas por Pedro Sánchez específicamente para diseñar la Transición Ecológica de España han desarrollado buena parte de su carrera profesional como firmes defensoras de las energías renovables. También como firmes detractoras de las energías fósiles y de la nuclear.
Al menos en casa. Porque en cuanto Teresa Ribera puso un pie en Bruselas para optar al «superministerio» de energía, o lo que es lo mismo, a la vicepresidencia ejecutiva para una Transición Limpia, Justa y Competitiva, matizó su fobia nuclear hasta llegar a defender que se trata de una energía necesaria para garantizar la seguridad energética de la Unión Europea, la necesidad de desarrollar minireactores nucleares SMR y hasta de financiar el despliegue nuclear siempre que cada estado miembro lo estime conveniente de acuerdo a sus necesidades, pese a que sobre el papel el sistema eléctrico europeo es único y el mayor del mundo.
El señalamiento por parte del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, de que la nuclear "lejos de ser la solución al apagón, había sido un problema", puesto que había sido necesario derivar energía para reiniciar los reactores que pararon por el apagón, da idea de la obsesión que tiene contra las tesis de las grandes eléctricas.
Sin embargo, el hecho es que todos los expertos consultados por este diario –consultores en asuntos energéticos e ingenieros– apuntan a que, aunque es imposible asegurar al 100% si se podría haber evitado el apagón si toda la energía nuclear, que supuso casi el 20% del consumo en España el pasado año, hubiera estado disponible, lo cierto es que durante la dana de la Comunidad Valenciana no hubo apagones, a pesar de que se cayeron las redes gracias al respaldo de la central nuclear de Cofrentes y de la hidroeléctrica de La Muela, ambas en la región afectada por las pasadas riadas.
Lo que no cabe duda es que cualquier respaldo adicional a la entrada masiva de renovables habría ofrecido más seguridad al sistema eléctrico.
La cuestión es que el dogmatismo no cabe en política energética porque de ella dependen las vidas de quienes están en los hospitales, las industrias y el futuro de cualquier país.
Pero España ha optado por abanderar uno de los mayores despliegues de energía renovable de Europa junto con el cierre de centrales nucleares y de térmicas, ya muy avanzado pese a que en España el día del apagón el carbón aún representaba un 1,17% del «mix eléctrico».
De hecho, Aagesen desgranó ayer la composición de generación del sistema justo antes de que se fundiera a negro: casi un 55% de solar fotovoltaica, un 10% de eólica, un 10% de nuclear, casi un 10% de hidráulica, casi un 5% de solar térmica, un 4% de cogeneración y residuos, un 3% de ciclos combinados, un 1,17% de térmica renovable y carbón».
Y el despliegue solo apunta a un sentido: el PNIEC (Plan Nacional Integrado de Energía y Clima) tiene como objetivo que el 81% de la electricidad generada en España provenga de fuentes renovables para el año 2030.
Su diseño proviene de directrices políticas, por mucho que haya sido perfilado por técnicos, y ni siquiera está respaldado por un Pacto de Estado sobre energía, como demanda el Partido Popular o un entendimiento constante y fluido con los grandes actores del sistema eléctrico, que demandan ahora una moratoria nuclear.
España, el segundo país con más generación solar de Europa tras Alemania, registró en 2024 el mayor crecimiento en el despliegue de tecnología solar interanual de Europa, un hito que alcanza, además, por segundo año consecutivo, según recoge la Fundación Renovables.
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