Opinión

Italia: una bomba de deuda

Italia es el mayor mercado de deuda pública de toda la Eurozona: a finales de 2017, el país transalpino cargaba con unos pasivos estatales de 2,25 billones de euros, por delante de los 2,21 billones de Francia y de los 2,09 de Alemania. Cualquier turbulencia en la solvencia del país –su deuda representaba el 131% de su Producto Interior Bruto a precios de mercado– genera una más que lógica preocupación en el resto del continente, pues ese resto del continente está infestado de deuda pública –y también privada– italiana. Según los datos del Banco de Pagos Internacionales de Basilea, a cierre del año pasado, la banca no italiana tenía una exposición de 650.000 millones de euros a la deuda italiana: 220.000 millones de euros en deuda pública, 360.000 millones en deuda privada y 70.000 millones en deuda bancaria. Con diferencia, el sistema financiero más expuesto es el francés. Italia les adeuda nada menos que 310.000 millones de euros (casi la mitad de toda su deuda exterior). Le sigue el alemán, con una exposición de 90.500 millones de euros. Y después vamos los españoles, a quienes los italianos nos deben más de 65.000 millones de euros.

O dicho de otra forma: el problema con Italia no es solamente que sea la tercera mayor economía de la eurozona, sino que, en caso de colapsar, se llevaría por delante a la segunda (Francia) y dejaría muy tocadas a la primera (Alemania) y a la cuarta (España). En este sentido, el acuerdo de gobierno alcanzado por el Movimiento 5 Estrellas y La Liga Norte –cuyo coste total, de acuerdo con el Observatorio de Cuentas Públicas de Italia, superaría los 125.000 millones de euros– puede suponer una amenaza para la estabilidad financiera de la eurozona: más gasto en subsidios de desempleo, en pensiones y en inversión pública... al tiempo que se recortan los impuestos con el establecimiento de un tipo único en el IRPF.

En otras palabras, la nueva coalición de gobierno italiana promete sobredimensionar el Estado privándole de la recaudación que necesitaría para volverlo sostenible. Una imposible cuadratura del círculo que se materializará en un crecimiento del déficit público dentro de un país con un volumen de deuda ya gigantesco.

Añadan a todo lo anterior el carácter abiertamente euroescéptico de ambos partidos, lo que reducirá significativamente las posibilidades de que Bruselas actúe como un agente moderador de tamaña indisciplina financiera. Al contrario, todo apunta a que parte de la estrategia política del Movimiento 5 Estrellas y de la Liga Norte será buscar el enfrentamiento abierto con la Unión Europea para así ganar una buena dosis de popularidad en una de las poblaciones –la italiana– más contrarias a mantenerse en la disciplina del euro. Y eso sí constituiría un enorme problema.

A la postre, una hipotética salida de Italia de la Unión Europea tendría escasas repercusiones reales –como no las ha tenido hasta la fecha el Brexit–, pero una ruptura del euro sí supondría un cataclismo de primer nivel en la economía europea: impago de la deuda italiana, fuga de capitales de la periferia europea y quiebra del sistema bancario francés. Confiemos en que, una vez asumidas las responsabilidades de gobierno, se den cuenta de la inviabilidad de la mayor parte de sus propuestas. Si no, está claro que tanto los italianos como el resto de europeos lo pagaremos bien caro.