Opinión

Histeria electoral

Si usted tuviera la oportunidad de realizar una inversión sustanciosa en España y algún asesor le dijese que además del problema catalán, las fuerzas políticas se disponían a convocar nuevas elecciones, a dos años de las pasadas y después de un año sin gobierno, todo ello para ensayar uno aún más débil que el actual, ¿qué haría usted?... A menor escala, es posible que la misma respuesta la diera un autónomo o una pequeña empresa que se disponía a contratar algún trabajador. No será más prudente esperar a que la cosa –sí, la cosa– escampe.

Entre los efectos principales de la nueva política está esa «cosa», que significa ensimismamiento de buena parte de las fuerzas políticas. Lo fundamental no es plantear un programa, una idea de España. Lo único que cuenta es echar al PP o mejor aún, echar a Rajoy. Nos encaminamos hacia la inestabilidad después de haber paralizado las reformas emprendidas en la legislatura 2011-2014.

Estamos en plena crisis nacional por el problema catalán. La respuesta de las fuerzas políticas constitucionales, que había consistido en actuar unidas –por vez primera desde la instauración de la democracia– era un gran paso adelante. Lo esperable era que se profundizara en los nuevos mecanismos de consenso. En cambio, convocar elecciones gracias al apoyo de independentistas y populistas significará volver a la época del Pacto del Tinell, primera avanzadilla de lo que luego se iba a venir encima. Todo lo realizado hasta aquí, que es más de lo que parece, se vendrá abajo. Evidentemente, las fuerzas independistas, nacionalistas y populistas no van a actuar sin contrapartidas. Y éstas no van a favorecer la estabilidad del régimen constitucional. Se puede argumentar que el gobierno está demasiado debilitado por la sentencia del «caso Gürtel» como para continuar otros dos años. Es una opinión discutible, en particular porque no hay ninguna certeza de que unas nuevas elecciones traerán un gobierno más fuerte. Al contrario, lo más probable es que, en la situación actual, y con la oleada de histeria que sacude los círculos políticos –similar a la del Prestige o a la del ébola: alguien habrá de estudiar algún día estas olas de histeria que sacuden la vida política española–, lo que se consiga es una fragmentación aún mayor de la que ya tenemos. Habrá quien juzgue que eso es bueno. Lo que hemos visto en estos tres años, desde las elecciones de 2015, y lo que sabemos de las representaciones políticas fragmentadas, como Italia o la Francia de la IV República, demuestran que eso nunca es positivo: ni para la estabilidad política, ni para la sociedad. La simple convocatoria de elecciones fuera del calendario reglado entraña de por sí un desorden que perjudica a (casi) todos. A las instituciones, porque demuestra que los actores políticos no las respetan ni las cuidan. A los propios partidos políticos, porque el hecho dejará bien claro que anteponen sus propios intereses a cualquier otro de índole general, y al conjunto de la sociedad, forzada a asumir una responsabilidad que le corresponde, entre elección y elección, a los propios agentes políticos.

Una convocatoria adelantada de elecciones perturbará el despegue económico que nuestro país ha emprendido con tanta brillantez y empañará el éxito que este ha supuesto, dentro y fuera de nuestras fronteras. Precarizará las inversiones y perjudicará al prestigio de nuestro país en todos los frentes: en la Unión Europea en un momento crucial en el que los europeos están volviendo a confiar en sus instrumentos políticos, y en general en la escena internacional, donde apareceremos otra vez como un país obsesivamente centrado en sus propios problemas, problemas que en el caso Gürtel no afectan a ningún miembro del Gobierno.

Finalmente, en la tensión que crearán unas nuevas elecciones, es previsible que el estado de ánimo de la opinión pública se vea exasperado, en particular por la inconsistencia de los argumentos que llevan a la propia convocatoria. La consecuencia será, además de la fragmentación, la radicalización de las fuerzas presentes en las nuevas Cortes. En vez de aplacarse, los problemas se habrán agravado. Y más que nadie padecerán los débiles, en particular los que tienen la vida por delante.