Opinión

El Bernabéu del siglo XXI

De todo y por su orden. Eso es lo que me dijeron hará cosa de nueve años cuando presenté a Florentino en un acto como «el Bernabéu del siglo XXI». Lo normal teniendo en cuenta que el 80% de los periodistas deportivos patrios es del Barça o del Atlético de Madrid y que el Madrid de entonces no era el Madrid de ahora. En un país que cada vez atesora menos motivos para el autoorgullo, llama tan poderosa como negativamente la atención el nivel de antimadridismo y antiflorentinismo. Todo tiene una explicación y este disparate también: la envidia es el deporte nacional. En EE UU todos quieren ser como ese macho o hembra alfa que descuella sobre el resto. Aquí al que triunfa, lo lapidamos con patológica crueldad en la plaza pública hasta la muerte civil. Florentino es tal vez el más genuino exponente pasivo de esa repugnante costumbre. Cuando presides la mayor constructora del mundo, 60.000 millones de facturación, y comandas el club más laureado de todos los tiempos, el más rico y el que de largo más fans suma en las redes sociales lo anormal es que sigas vivo civilmente.

El copyright de su fórmula mágica para consolidar el éxito no es suyo: pertenece a Don Santiago, el de momento (tiene una Copa de Europa más que él) más grande baranda deportivo de la historia. El de Almansa implementó prodigiosamente lo que los estadounidenses denominan «think big [pensar en grande]». El genial personaje se lio la manta a la cabeza y construyó en plena posguerra el mejor y mayor campo del mundo hasta que llegó Maracaná y, acto seguido, se puso como un poseso a fichar a los mejores: Di Stéfano, Puskas, Kopa, Gento y un bestial etcétera. Resultado: 16 ligas y seis copas de Europa. Su sosias posmoderno acumula ya cuatro ligas y cinco Champions. El secreto de su éxito es el mismito que el de Don Santiago: los mejores de los mejores. «Quiero ese jugador, cueste lo que cueste», ordenaba su antecesor cuando veía una pieza a batir. Si esto fuera un país serio, la trayectoria de este «self made man» con pinta de oficinista con manguitos se estudiaría en las escuelas y no sólo en las de negocios. Esto sí que es marca España. Y de la buena. Por eso mañana continuará la carnicería contra él. Así nos va.