
Opinión
Magos, por supuesto
Si algo nos encanta a los filólogos, seguramente por deformación vocacional, son los «lapsus lingüe». Uno de los más clamorosos de la jornada de ayer en el Congreso fue cuando el diputado nacionalista catalán Carles Campuzano quiso hacernos creer que el constitucionalismo de nuestro país es franquista y, cuando fue a decirlo, tuvo un resbalón de género gramatical. En lugar de eso, le salió la palabra «frankisto».
Hilarante. ¿En qué estaba pensando su señoría? ¿En Franco o en Frankenstein? Cabe pensar que ocupaba su mente lo segundo, viendo la silueta recosida –con diferentes extremidades de tamaños tan diversos– que conformaba el cuerpo central de los votantes a favor de la moción de censura. Los nacionalistas catalanes no han tenido últimamente muchas posibilidades de sacar pecho, fuera de TV3, debido a sus fracasos. Por eso, la oportunidad que les ofreció ayer Sánchez de manifestar cierto protagonismo en el Congreso les provocó una euforia un poco fuera de registro. Así que, no sólo se dio que, en su intervención, Campuzano hablara atropelladamente, sino que además le planteara al líder socialista en su discurso, a toda prisa y también atropelladamente, una especie de carta a los reyes (magos, no Borbones, por supuesto).
En la carta se pide que se desacredite a las instituciones (en concreto al Tribunal Constitucional) y que les traigan un nuevo y flamante estatuto inconstitucional si se portan bien en navidades. Nada nuevo bajo el sol, si no fuera porque simultáneamente pidió a Sánchez que se disculpara por haber ofendido a Torra y sostener al nacionalismo español. Entonces, uno de esos traidores planos, que los realizadores de televisión pinchan a veces por casualidad, mostró en directo al líder socialista asintiendo con la cabeza. La carta a los reyes no es nada nuevo en el universo delirante del nacionalismo (incluso hubo un momento en que, a medida que se adentraba en ella, Campuzano deseó que Rajoy no dimitiera). Lo infrecuente es la docilidad del teórico oponente manifestada tan públicamente. Luego vino el estentóreo Tardá, apoplético, gritando incluso con gallitos, pero no aportó nada nuevo a la carta, sobre todo porque se hizo un lío con el sí y el no, con Ciudadanos y Podemos, que unido a su desaforado tono de «¿por qué grita tanto ese señor de Tasmania?» provocó el segundo momento más hilarante de la tarde.
Generalizar es un deporte intelectual peligroso: o aciertas del todo o te equivocas del todo. Por eso es aconsejable practicarlo con prudencia. Sí que es cierto que muchas veces, en las conductas humanas se hacen visibles tendencias de tipo general. Me atrevería a aventurar que entre esas tendencias existen dos líneas de acción básicas en los humanos, a la hora de reaccionar frente a las adversidades y obstáculos que nos encontramos en la vida. Una es la de echarles la culpa a los demás y la otra es la de ver qué parte de responsabilidad en esos contratiempos tiene uno mismo. La primera es la más fácil y la que siempre han practicado todos los nacionalismos: la creación del enemigo exterior. La segunda es la más difícil, porque requiere espíritu crítico, capacidad de duda y firmeza a la vez, para no caer en la pusilanimidad de la baja autoestima.
Ignoro cómo andan hoy los niveles de autoestima del líder socialista, pero hacer la operación aritmética de sumar la primera estrategia, por parte de los nacionalistas, con el asentimiento de Sánchez para asumir el segundo tipo de línea de acción, tengo serias dudas que vaya a ser lo que ahora mismo desearía autorizar con su voto la gente de nuestro país.
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