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Opinión
Hipocresía proteccionista
Donald Trump, presidente de la primera potencia económica mundial, se levantó airado de la reunión del G-7 celebrada los pasados 8 y 9 de junio en Canadá. El motivo de las disputas entre, por un lado, el G-6 (Francia, Alemania, Reino Unido, Italia, Japón y Canadá) y, por otro, el G-1 (EE UU) son las amenazas proteccionistas de Trump contra el comercio internacional. De acuerdo con el republicano, EE UU impondrá nuevos aranceles contra Canadá o contra la Unión Europea a menos que éstos abran sus mercados exteriores a la importación de productos yanquis: «Lo que en última instancia queremos es ausencia de aranceles. Ausencia de barreras comerciales. Ausencia de subvenciones. Pero ahora mismo hay países que están subsidiando a sus industrias y eso no es justo». Dicho de otro modo, Trump les ha echado, en apariencia, un órdago al resto de países: o liberalizáis vuestro comercio exterior o yo cierro el mío. Sin embargo, se trata de un órdago con tintes profundamente hipócritas. A la postre, el arancel exterior medio que exige EE UU a las importaciones del resto del mundo equivale al 1,6%, el mismo que la Unión Europea y superior al de Japón o Canadá (si ponderamos los aranceles por el peso de cada bien importado, el arancel de la UE es ligeramente superior al de Estados Unidos, pero no de una magnitud suficiente como para justificar las amenazas unilaterales de Trump). Es verdad que, como suele alegar el republicano, la UE, Canadá o Japón imponen «barreras no arancelarias» a los productos estadounidenses (obstáculos a la importación distintos de los aranceles, como por ejemplo regulaciones artificiales o subvenciones a las mercancías domésticas), pero EE UU también recurre tramposamente a esas barreras no arancelarias contra los productos extranjeros. Por ejemplo, el Gobierno federal subvenciona cada año con 25.000 millones de dólares la agricultura estadounidense, proporcionándole así una ventaja competitiva artificial frente a los bienes agrarios extranjeros (esto es, crea una barrera no arancelaria contra esos bienes extranjeros). Tan es así que el Ejecutivo canadiense de Justin Trudeau impone un altísimo arancel sobre la importación de productos lácteos estadounidenses escudándose en las distorsiones generadas por tales subvenciones. De hecho, esos son los aranceles que han motivado el enfado de Trump durante la reunión del G-7 y sus subsiguientes amenazas de cerrar más su economía. Al final, pues, todos los líderes políticos siguen la misma hipócrita estrategia: protegen su economía local de la competencia extranjera, se quejan de las protecciones que establecen otros gobiernos foráneos y, apoyándose en semejante queja, establecen nuevas protecciones frente al exterior. En estos momentos, pues, Trump sólo está escalando en semejante ejercicio de hipocresía: reclama más libre comercio al tiempo que permanece silente sobre cómo su Gobierno ya está restringiendo ese libre comercio. Aun así, si finalmente Trump se decide a perseverar en su órdago, ojalá tenga éxito y el mundo avance hacia un desarme arancelario global y no hacia una guerra comercial multilateral. Por desgracia, dada la hipocresía proteccionista de todos los políticos –incluido Trump–, no existen demasiados motivos para el optimismo.
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