Opinión

Un manifiesto

El manifiesto de los 60. Una declaración que merecería figurar en el diccionario de Oxford como modelo de «bullshit» al servicio de las ideas más oscurantistas. Ya es primavera en los escaparates de la «neolengua» y el «wishful thinking». Qué viva el federalismo... asimétrico. Qué vivan las culturas «específicas» y la demolición de los principios republicanos en favor del mariachi identitario. A quién le importa quemar la Constitución y/o cambiarla al gusto del pirómano. A quién que los 20 apellidos más comunes en Cataluña sean prácticamente los mismos que en el resto de España. A quién que durante décadas el Gobierno y los gobiernos de la autonomía catalana negociasen bagatelas como, y cito solo algunos de los acuerdos de Aznar y Pujol, la recaudación del IRPF (33%), del IVA (35%), de los impuestos especiales (40%), la eliminación de los gobernadores civiles, la sustitución de la Guardia Civil por los Mossos, etc. Para los firmantes, alineados con las tesis de quienes han gobernado Cataluña durante 40 años, «Salvo en aspectos simbólicos y organizativos puntuales, las comunidades autónomas carecen de facultades para desarrollar políticas públicas propias». Atribuyen de paso el grueso de los presentes males a las convulsiones provocadas por la sentencia del Constitucional sobre el Estatuto. Cuando apenas sí anuló un artículo completo y partes de otra docena y corrigió otros 27 de un total de casi 300.

A estas alturas sorprende poco el desprecio a la decisiva naturaleza correctora del tribunal, garante de que las mayorías no arrasen con los derechos de todos, incluidas las molestas minorías. Tampoco parece importar el sustrato insolidario de aquel «España nos roba». Propio de cuantas Ligas Nortes abogaron por desembarazarse de los pobres, reacios a abrazar el catecismo sentimental de los señoritos que los «acogieron». O la obscenidad de creer que el camino hacia la independencia justifica presentar a la España democrática como mero apéndice de un franquismo inextinguible. A nuestros profesores les importa un huevo que unos fulanos, envueltos en reivindicaciones radicalmente opuestas a los valores ilustrados, aspiren a convertir en extranjeros a sus propios conciudadanos. Donde estén los trampantojos nacionalistas, y su bien retribuida defensa de los nacionalismos excluyentes (¡pleonasmo!), que salte por la ventana la igualdad, la justicia y, sobre todo, la vergüenza.