Opinión
Pastoreo y postureo
Lo decía Jean Moréas, el poeta griego que se fue a Francia a fundar el simbolismo: «Vivir es pastorear. Yo trabajo y pastoreo». Lo que se denomina civilización no es otra cosa que un esfuerzo de pastoreo. Pastoreamos la naturaleza, los cultivos, los ganados, los colectivos. No hay paisaje más civilizado que esas viñas regulares, escalonadas en terrazas, descendiendo hacia el mar como si estuvieran geométricamente recién peinadas.
Pastoreamos incluso las vidas humanas. Ahora, cuando desembarcan en Valencia multitudes de gentes buscando una vida saltándose fronteras, les interrogamos sobre sus casos individuales para encontrarles el lugar y el estatus que creemos les corresponden. Se dice que no se le pueden poner puertas al campo, pero toda la construcción milenaria de la civilización ha sido un constate delimitar y regular la naturaleza. Por supuesto, mejor hacerlo con puertas, setos, contratos y delimitaciones que con muros y concertinas. La caridad cristiana fue también un esfuerzo de pastoreo. Su rasgo principal e inevitable era su carácter voluntario, íntimo. Entró en crisis ya hace siglos, cuando pasó de ese ámbito interior a convertirse en algo público que obligaba y que algunos vendían como moneda de cambio para captar la indulgencia de Dios. Conceptos posteriores muy populares como la fraternidad o la solidaridad, lo que proponían era simplemente una caridad reglamentada, menos humillante, en la que nos implicáramos todos.
Por eso es importante no llevarnos a engaño y no confundir ambos términos. La caridad es algo maravilloso, humano, voluntario; sobre todo cuando salva vidas en peligro de destinos inciertos. Nos podemos alegrar todos cuando se ejercita tan vivamente. Pero es caridad. Y también entrará en crisis si se practica para captar la indulgencia de los votos. La solidaridad es reglamentar todo eso y no ejercerlo de una manera ocasional y arbitraria. La solidaridad es pues un pastoreo de la caridad al fin y al cabo. Ser caritativos y solidarios es alta expresión de humanidad. Pero llamemos a cada cosa por su nombre. No confundamos los términos y así, evitando fingimientos, podremos saber con exactitud lo que estamos haciendo.
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