Opinión

Calendario sin fechas

La columna que el escritor Josep Pla publicó durante muchos años en la revista «Destino» llevaba por título genérico «Calendario sin fechas». El nombre se lo puso su jefe, Ignacio Agustí, novelista y director de la publicación. Pla comentaba que la idea le pareció muy poética porque la ilusión del ser humano ha sido siempre poner sus propias fechas en el calendario de los astros y la naturaleza. Dado su temperamento un poco descuadernado, ese rótulo le garantizaba entonces la necesaria holgura de movimientos.

Ahora bien, si un calendario sin fechas puede dar grandes rendimientos en el terreno de la poesía y la reflexión más o menos literaria, es dudoso en cambio que pueda ofrecer las mismas posibilidades en el terreno de la legislación, el programa político y la vida práctica, más o menos funcional, que nos rodea. Por eso, nunca me resultó molesto tener de presidente a un registrador de la propiedad, pues es sabida la tendencia que tienen esos profesionales a datar muy exactamente las informaciones y asuntos que manejan.

Por contra, el programa de iniciativas del nuevo Gobierno socialista va dándose ahora a conocer y el principal problema que le veo es que sea precisamente un calendario sin fechas. Primero, han empezado proponiendo que nos sentáramos a reformar la Constitución, pero la fecha de ese proyecto se ha retrasado sin día porque el consenso era imprescindible para una tarea como esa y –tal como están las cosas–, por mucho que se dijera, tal consenso no resultaba viable. Un poco después, han anunciado que se iban a sacar del Valle de los Caídos los restos del dictador. Sin embargo, parece que ahora también ese tema se deja sin fecha de realización a la espera de ulteriores y misteriosas deliberaciones. Esto empieza a oler a calendario sin fechas. ¿Tras el gobierno del registrador sobreviene quizá ahora un gobierno de poetas? Lo ignoro porque no les conozco a todos personalmente. Pero ese temperamento descuadernado –que se atribuía a sí mismo Pla– podrá ser de gran rendimiento en la contemplación metafísica, pero no sirve de nada en la esfera política donde toda iniciativa verdadera debe apuntalarse con una fecha, unos plazos y un presupuesto.