Opinión
El precio de la distensión
Si hay un escenario ideal para las burlas del destino, ese es el de la política. No hay más que preguntar a algunos actores secundarios de la pasada negociación a la hora de sacar adelante los Presupuestos. El líder de UPN, Javier Esparza, llegó a amenazar al expresidente Rajoy con no apoyar las grandes cuentas si este no se comprometía a hacer oídos sordos a la sugerencia del PNV de crear un grupo de trabajo que estudiase el acercamiento de presos etarras a territorio vasco. Pues ahora resulta que el partido de Urkullu, además de tener sus presupuestos ideales, ha conseguido, tras su primer encuentro con el nuevo inquilino de La Moncloa, el compromiso para crear el citado grupo de trabajo, alentado además por el flamante delegado del Gobierno en el País Vasco en la línea de fomentar «políticas de convivencia». La rapidez de Pedro Sánchez por consolidar lazos con el partido que le abrió las puertas del gobierno puede ser proporcional, sin embargo, a la respuesta de los mismos que venían avisando sobre concesiones a los presos etarras y que no son otros más que unos colectivos de víctimas del terrorismo, que, sintiéndose engañados, pueden cumplir su amenaza de hacerse oír en la calle. Pero las expectativas del nacionalismo vasco hoy viviendo tiempos de rentable pragmatismo no se quedan en el asunto de los presos, ni siquiera en la reactivación de las competencias pendientes desde el Estatuto de Gernika.
Ahora se mira hacia un nuevo estatuto para el que resulta de inestimable valor la inclinación socialista hacia la reforma constitucional. Solo de esta puede salir el añorado nuevo marco en el que se recoja tanto la puerta abierta a la consulta por la autodeterminación como la «euskaldunizacion» de Navarra. Nadie ofrece nada a cambio de nada, ni siquiera aunque se haga para echar a Rajoy. Tal vez por eso en Cataluña, la otra parte del melón territorial, todos los esfuerzos son pocos por ofrecer una animosidad hacia la distensión frente a la desafiante actitud del presidente Torra, que más allá de allanar el camino hacia el acercamiento de los políticos secesionistas presos parece abocada al callejón sin salida de la negativa de la Generalitat a volver al autonomismo y el flirteo con los límites de la legalidad en la tarea de desgastar al Estado. Tuve hace dos días ocasión de asistir a la conferencia en Madrid del presidente asturiano y ex de la gestora socialista de «entre guerras», en la que sus críticas hacia la posición del PSOE frente al nacionalismo parecían quedar en un rictus de impotencia. El aviso de Javier Fernández a propósito de la partida ganada por el independentismo a la izquierda en el terreno del relato sonaba como una voz en el desierto, entre otras cosas porque la prioridad de Sánchez es hoy sencillamente otra, ganar tiempo, y eso supone hacer la vista gorda a pequeños o no tan pequeños desmanes de Torra convenientemente teledirigido desde Berlín. Y para animar la «distensión», ya saben, siempre Iglesias echando una mano.
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