Opinión
Medio año trabajando para el Estado
Los españoles, al igual que los ciudadanos del resto de Occidente, pagamos impuestos cuando generamos una renta (IRPF o cotizaciones sociales), cuando la gastamos (IVA, Especiales, ITP, etc.) y cuando la ahorramos en forma de activos (Patrimonio, Sucesiones, IBI, etc.). Es decir, pagamos impuestos por prácticamente cualquier actividad económica que realicemos. Este pasado miércoles 27 de junio se alcanzó el Día de la Liberación Fiscal, según la estimación efectuada recientemente por el think tank español Civismo. ¿Qué es el Día de la Liberación Fiscal? Aquella fecha del año en la que, como media, ya hemos completado el pago de todos los impuestos que devengaremos a lo largo de ese ejercicio. O dicho de otra manera, todos los ingresos que percibe el contribuyente español medio entre el 1 de enero y el 27 de junio son ingresos de los que se apropia el Estado; en cambio, los ingresos percibidos entre el 28 de junio y el 31 de diciembre son ingresos que ya puede retener íntegramente el contribuyente.
Por consiguiente, los españoles somos siervos del Estado durante casi medio año: tan sólo somos soberanos de nuestro dinero durante la segunda mitad del año. Traducido en euros contantes y sonantes: el contribuyente medio paga cada año 12.038 euros en impuestos. De ellos, 6.940 son en concepto de cotizaciones sociales; 2.380 euros, en concepto de IRPF; 1.700 euros, en concepto de IVA; y los más de mil euros restantes, en concepto de impuestos especiales y otros tributos. Por grupos de edad, los más perjudicados son aquellos contribuyentes que todavía se hallan en el mercado laboral, esto es, los trabajadores en la etapa final de sus carreras laborales: así, los contribuyentes entre 16 y 19 años abonan, en términos medios, impuestos cercanos a los 10.450 euros anuales; los que cuentan con entre 30 y 44 años pagan, como promedio, 13.400 euros anuales; y quienes se ubican entre los 45 y 64 años han de desembolsar, como media, 15.650 euros anuales.
En conjunto, pues, aquellos ciudadanos que generan riqueza dentro de nuestra economía —y que, merced a ello, obtienen ingresos— son exageradamente expoliados por nuestras Administraciones Públicas, lo que de un modo cuasi inexorable los convierte en ciudadanos dependientes de las transferencias que los políticos tengan a bien realizar. Y ésa es la cuestión clave: si la inmensa mayoría de ciudadanos pudiese retener todo aquello que el Estado les arrebata, podrían disfrutar de unos niveles de autonomía suficientes como para escoger la escuela en la que educar a sus hijos, el hospital en el que tratar sus dolencias, el vehículo de inversión en el que ahorrar de cara a la jubilación, los seguros con los que cubrirse frente a las distintas contingencias vitales, etc. En ausencia de tal autonomía, empero, sólo podemos contar con que el Estado nos devuelva, en forma de caros y muy mejorables servicios, una parte de todo aquello que nos arrebata. El Día de la Liberación Fiscal debería celebrarse el 1 de enero de cada año para así poder liberarnos del dirigismo estatal sobre nuestras vidas.
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