Opinión

Los principios: ésa es la cuestión del PP

Jeff Flake es un senador republicano estadounidense que ha escrito un breve pero interesante libro en el que defiende una tesis que viene que ni pintada para desentrañar la coyuntura de un Partido Popular que navega rumbo a lo desconocido.

El político de Arizona, que se opuso a la nominación de Donald Trump, aventura que la mejor manera de abandonar la nebulosa que atenaza a los liberal-conservadores es volver a los principios. Propone derrotar al populismo con realismo. Vencer a la indecencia imperante con decencia. Sepultar el caos ideológico y moral en el que nos han sumido los charlatanes de extrema izquierda y extrema derecha con más democracia. Y, por encima de todo, devolver a la ley la categoría de valor supremo.

Es cierto que el PP ha perdido al menos 1,5 millones de votantes en beneficio de Ciudadanos y Vox por culpa de esa corrupción que unos practicaron y otros consintieron mirando hacia otro lado. Pero no lo es menos que el mismo número de hijos pródigos se fueron por donde habían venido por el fulminante abandono de los principios que se resume en la excarcelación de un Bolinaga al que Belcebú tenga en su gloria y en la elevación de la carga fiscal por encima de lo que proponía la mismísima IU en su programa de 2011.

Venza Cospedal, lo haga Casado o se lleve el gato al agua Soraya lo hará con entre un 10% y un 20% más de intención de voto de lo que acumulaba en sus últimas horas un Mariano Rajoy que estaba achicharrado demoscópicamente. Vamos, que cualquiera sacará mejor nota que el ahora registrador de Santa Pola.

Pero ese plus del 10%, el 15% o el 20% no basta para gobernar a un PP que únicamente lo puede hacer solo o, como mucho, en compañía de unos Ciudadanos que le volverán a pedir el oro y el moro. La diferencia entre una amarga y una dulcísima victoria reside en eso que el senador Flake denomina la «vuelta a los principios».

O, lo que es lo mismo, la vuelta al principio. El regreso a las esencias. El retorno a los valores fundacionales. Lo que está bien, está bien, aunque no lo diga ni lo haga casi nadie. Y lo que está mal, está mal aunque sea la voz cuasiunánime de la mayoría. ¿Lo habéis entendido María Dolores, Pablo y Soraya?