Opinión

Un hombre de principios

No sé si es el mirlo blanco que espera la derecha, pero lo parece. Pablo Casado ha sacado los codos para abrirse paso entre las dos poderosas mujeres, enemigas íntimas, Soraya Sáenz de Santamaría y Dolores de Cospedal. Se le ve seguro de sí mismo y ha ido ganando posiciones de día en día en esta improvisada carrera contra el reloj. El final no está escrito. Se presenta decidido a hacerse cargo del desvencijado Partido Popular, con el apoyo de las bases que quedan y que aparecen en cuarto menguante. Las dos candidatas están adornadas de grandes virtudes políticas, no poca experiencia y dominio de los engranajes del poder, pero tienen el inconveniente de haber formado parte destacada de una etapa política que ha acabado de forma abrupta, con sensación de fracaso y decepción. El desenlace de la crisis catalana se vuelve contra la ex vicepresidenta y el descontrol de la militancia y la sangría de cuadros y votantes, contra la ex secretaria general.

Pocos dudan, dentro y fuera, de que ha llegado la hora de una renovación a fondo de personas e ideas, si este partido aspira a seguir siendo la referencia del centro-derecha en España. En todos los partidos asistimos al relevo generacional. Es lo que para muchos representa la figura emergente de Pablo Casado, palentino, 37 años, casado, dos hijos, diputado por Ávila, que, como Adolfo Suárez, al que recuerda su estampa y su figura, vivió en su casa el drama de la guerra civil. En esta hora de la memoria histórica, cada cual saca al abuelo a pasear. Es joven, atractivo, con una buena capacidad dialéctica y, aparte de los desajustes académicos, maliciosamente aireados y que significan la única traba apreciable de su candidatura, se presenta libre de polvo y paja y con voluntad de integración. Parece un hombre de principios. Entre los puntos de su programa, destaca el empeño en recuperar los valores perdidos en esta última etapa: desde la defensa enérgica y sin concesiones de la unidad de España, a la defensa de la familia y de la vida humana con todas sus consecuencias. El espíritu liberal se combina con el humanismo cristiano. Pero, sobre todo, se presenta como un conservador sin complejos, de estilo europeo, capaz de atraer a los que se alejaron decepcionados por la pérdida de esos valores, los mismos que vienen criticando hace tiempo la dejación por todas las esquinas. En estos confusos e inciertos tiempos políticos, no está mal que alguien esté dispuesto a marcar el territorio. A ver si canta el mirlo.