Opinión

¡Vente a la Moncloa, Pepe!

La reunión entre Sánchez y Torra había despertado muchas expectativas (la mayoría de ellas probablemente infundadas) pero para lo que nadie estaba preparado era para el inequívoco tono Paco Martínez Soria que éste último le ha dado a la visita. Poniéndose a la altura de su reputación, se ha presentado en La Moncloa con un libro de mapas de la Edad Media, un libro de fotos del Valle de Arán y, no se lo pierdan, una botella de ratafía. Sí, sí, ya lo sabemos: la etimología latina de «ratafía» es, según muchos indicios, «que así sea» y se asegura que se usaba para sellar pactos. Pero, si dejamos de lado toda esa palabrería, la realidad pura y dura es que la ratafía es el pacharán mediterráneo. Solo le faltaba haber llegado en taxi con unas latas de anchoas de La Escala y ya Revilla hubiera temido un duro competidor para las tertulias televisivas de los sábados. Puede estar tranquilo: el carácter apatatado, denso, de pereza masticatoria, que distingue al presidente catalán no ayuda para disputarle el cetro. Cabe avisar, eso sí, a Sánchez que, con este calor veraniego, ni se le ocurra destapar la botella del pacharán mediterráneo o se encontrará con una bomba olfativa de primer orden. Observen también que los libros que regala Torra no se basan mucho en palabras, sino en dibujos de fronteras y fotos coloristas. Para compensar tal carencia intelectual, la simple elección de un licor por razones etimológicas queda pobre. Sobre todo, para representar a una región donde se elaboran actualmente maravillosas cervezas artesanales y vinos de última generación dignos de los mercados internacionales. Supongo que, consciente de la decantación etnográfica y la delgadez cultural de sus presentes, Torra ha querido reconducirlo pidiendo a Sánchez que le enseñe la fuente que está en La Moncloa, donde se dice que Machado se inspiraba para sus versos a Guiomar. Es lo que hacemos todos los catalanes para disimular aquel engorroso momento en que nos pillan pensando que el resto del país es un poco tercermundista: para negarlo decimos que nos gusta mucho Machado que además era de izquierdas. Lo hacemos porque Serrat le dedicó un disco a sus poemas y nos olvidamos de Borges, quien decía que Antonio era muy flojo y que el hermano más dotado era Manuel Machado. Yo, será por ser catalán, pero en eso discrepo de Borges y pienso que los dos hermanos eran igual de valiosos, pero mi opinión personal no tiene ninguna relevancia. Lo que me parece más importante es recalcar al público en general que no vayan a pensar que todos los catalanistas de ERC responden a este perfil Martínez Soria de Torra. Tengo amigos separatistas de izquierdas que son gente estupenda, adoradores del buen vino, de los placeres y de cualquier exploración innovadora de la cocina fusión. Por supuesto, evitamos hablar de política entre nosotros, y nos dedicamos a disfrutar de lo que nos une y no de lo que nos separa, compartiendo ratos excelentes. Mientras Torra entregaba a Pedro Sánchez ese enorme y aterrador tesoro acumulado sin duda por algún demente del catalanismo, el resto de sus paisanos hemos visto claramente lo que pasaba. Cuando Sánchez y Torra se dirigieron pasito a pasito a la fuente de la Moncloa, entendimos que éste último desconocía el penoso libro que publicó la musa de Machado titulado «Sí, yo soy Guiomar», que la delataba como apetecible candidata de un «Sálvame de Luxe» de no muy altos vuelos. O sea, la vieja y eterna contradicción catalana entre la poesía imaginaría e hiperbólica y la realidad corta, llena de limitaciones e insatisfactoria. Desde luego, el pobre don Antonio no se merecía ese baldón a su memoria y hubiera sido mejor dejar todo el tema de la fuente en un discreto olvido. Pero había que intentar demostrar algo y ahí pasó aquello que bien conocemos todos los catalanes sobre nuestra zona. Y es el hecho innegable de que, en la sociedad catalana, siguen perviviendo, por más años que pasen, dos de las líneas principales de comportamiento social que han caracterizado a la región durante centurias: de una parte, el catalán que se pone boina y parece del agro pero que, sin hacer ruido, sabe beber un Montrachet y conocer las delicias del «faissandé»; y de otra parte, el catalán vestido de Toni Miró y con gafas de colores que, a la hora de la verdad, llega con la botella de pacharán y el libro de santos, o nos viene con un libro de mapas en la era de «google maps». Tendremos que integrar las dos líneas de conducta si queremos llegar a alguna parte. Pero no será, me temo, en el jardín de la Moncloa frente a la fuente de Guiomar.