Opinión
Convence
Hay tópicos que se repiten como oraciones, que logran agradar a una inmensa mayoría. «La batalla de las ideas» es una de esas frases hechas que mucha gente gusta de corear, especialmente en las discusiones políticas. Cuando la oigo imagino un combate cruento entre un mínimo de dos ideas. Por definición, las batallas tienen lugar entre dos ejércitos, por lo cual imaginar una entre dos elementos/ideas, más que una batalla recuerda a un combate cuerpo a cuerpo. O mejor dicho: entre dos espíritus, dado que las ideas son inmateriales por naturaleza. Llevar la metáfora «la batalla de las ideas» a su plasmación más utilitaria y plástica me ayuda a darme cuenta de que, quienes utilizan esa fórmula, traducen con ella un afán de lucha, y por tanto de victoria. Entre dos contendientes, uno tiene que ser derrotado, porque con las ideas no ocurre como en el mundial de fútbol: que si hay empate se puede ir a prórroga, y luego a penaltis. No: las ideas que presentan batalla lo hacen con necesidad de vencer. Incluso aunque solo se consiga una victoria pírrica.
Demostrar que nuestra idea es mejor que otra conlleva una enorme satisfacción, no solo de índole moral, sino también práctica: significa que el mundo se inclina un poquito más hacia «nuestro bando». Claro que, a veces, las ideas pueden acabar en las trincheras, y ya se sabe que la guerra de trincheras es una de las más crueles posibles. Bien pensado, casi todas las ideas que presentan batalla, con objeto de ganar la guerra del mundo, terminan atrincheradas. Porque se puede vencer, pero casi nunca se convence, parafraseando las famosas palabras atribuidas (dicen que falsamente) a Unamuno. Es posible aplastar al contrario, aniquilarlo para que de esta forma sus razones (o sinrazones) no puedan hablar y prodigarse...
Pero, de ahí a convencerlo, va un largo trecho que las ideas no consiguen recorrer por cuenta propia. Por eso, entre otras cosas, resulta tan difícil cambiar la mentalidad colectiva: porque las ideas son como raíces que florecen en la mente de las personas. Cuesta bastante cambiarlas por otras o, simplemente arrancarlas, igual que a la mala hierba. Porque las ideas son semillas mentales y, cuando arraigan, no desaparecen ni en plena batalla. Solo sucumben cuando muere quien cree en ellas.
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