Opinión
Impuestos, deuda y propaganda
Pedro Sánchez compareció ayer en el Congreso para explicar sus planes de gobierno durante los próximos meses. No hubo grandes novedades, pero sí una aterradora constatación de muchas de las malas ideas que, a modo de globos sonda, habían ido filtrándose durante el último mes: subidas de impuestos, aumentos del gasto, incumplimiento de los objetivos de déficit y mucha propaganda vacía de contenido. Una receta política que ya sabemos está condenada al fracaso pero que, aparentemente, al líder socialista no le importa repetir. Más en particular, las promesas más destacadas del presidente del Gobierno fueron las siguientes:
–Nuevos impuestos. El buque insignia de la política económica de Pedro Sánchez es el agravamiento de la tributación que recae sobre el sector productivo nacional. Subir los impuestos es una de las más frecuentes obsesiones del socialismo, como nos ha recordado día tras día durante el último mes la ministra de Hacienda, María Jesús Montero. Por eso, el presidente del Gobierno se ha mostrado orgulloso desde la tribuna de sus planes de empeorar la fiscalidad de grandes empresas, bancos y tecnológicas. Los efectos de tales medidas son de sobra conocidas: por un lado, se reducirá la inversión de estas compañías, esto es, se creará menos empleo, se otorgará menos crédito y se ralentizará el salto hacia la digitalización de nuestro tejido empresarial. Por otro, se trasladar una parte del coste fiscal a los clientes o trabajadores de tales compañías (menores sueldos, mayores precios o nuevas comisiones).
–Nuevas subidas del gasto público. Sánchez necesita comprar, antes de las próximas generales, el apoyo de suficientes españoles como para mejorar su actualmente raquítica representación parlamentaria. Y nada mejor que nuevas rondas de gasto público. Al respecto, una de las partidas a las que Sánchez pretende mimar más es la de las pensiones, un granero de 9,5 millones de votos. De ahí que ayer también repitiera su promesa de revalorizarlas de acuerdo con el IPC, tumbando así buena parte de la reforma de la Seguridad Social del año 2013: poco importa que, al hacerlo, sólo esté apuntalando la insostenibilidad financiera del sistema. A la postre, los réditos electorales son inmediatos, pero los problemas de viabilidad sólo se pondrán de manifiesto en el medio plazo.
–Más déficit público. Sánchez también ha confirmado en sede parlamentaria lo que su ministra de Economía, Nadia Calviño, había adelantado días atrás, es decir, que España no cumplirá con los objetivos de déficit ni en 2018 ni en 2019. El Gobierno socialista negociará con Bruselas una nueva senda de desequilibrio presupuestario que le permita emitir más deuda estatal de la inicialmente programada. O dicho de otra forma: a pesar de que Sánchez tiene pensado subirnos los impuestos... también va a terminar endeudándonos más.
–Prohibición de las amnistías fiscales. Puede que el anuncio de Sánchez que más atención mediática recibiera fuera su propuesta de prohibir por ley toda nueva amnistía fiscal. En realidad, es un mero ejercicio de propaganda, dado que cualquier futurible amnistía fiscal debería aprobarse por ley y esa ley sería suficiente para derogar la norma que Sánchez quiere ahora implantar. De hecho, en 1992, el Gobierno de Felipe González ya prohibió las amnistías fiscales y ello no impidió que la de 2012 saliera adelante.
En definitiva, las principales promesas de Pedro Sánchez ante las Cortes nos hacen andar justo en la dirección opuesta a la que deberíamos: más impuestos, más gasto y más endeudamiento. Nada que deba sorprendernos de un Ejecutivo socialista, sobre todo de uno al que le urge comprar votos al precio que sea.
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