Opinión

La bendición suarista

Un personaje que acompañó de cerca a Pablo Casado en el Congreso del que salió elegido presidente del PP fue Adolfo Suárez Illana, el hijo del que fue líder de UCD y presidente del Gobierno. Cualquiera podía pensar con razón que esa presencia estaba cargada de significado. Como si el joven político palentino tomara las riendas del PP a la sombra del centrista Suárez, aquel «chusquero» de la política que gobernó desde el centro y protagonizó la transición a la democracia. El hijo de éste, «Fito», representa fielmente, o eso pretende, la herencia del padre. En un tiempo en que mandan los «emoticonos» esta presencia no parece un elemento despreciable. Esa ostensible bendición suarista contrarrestaba con las críticas precipitadas y poco reflexivas dando por hecho que con Casado el PP giraba a la derecha. Esa es la principal acusación de la izquierda. ¿Qué pasa si, además de recoger lo mejor de la herencia de Aznar y de Rajoy, hereda también los valores y el estilo de Adolfo Suárez? En un periodismo de falsas etiquetas, al servicio de intereses partidistas, es imposible la mínima objetividad. Puedo asegurar que el pensamiento político del centrista Adolfo Suárez en relación con la familia y con el problema catalán no difería del mantenido por Pablo Casado en este congreso del que ha salido investido líder del centro-derecha. Nunca el católico Suárez aceptó el derecho al aborto. Un día me dijo: «Lo hemos dejado claro en la Constitución; lo de 'todos tienen derecho a la vida' está puesto así para defender el derecho a la vida del no nacido». Tampoco habría aceptado de buen grado el matrimonio homosexual ni la eutanasia ni la imposición de la ideología de género, a pesar de su talante abierto y liberal. En esto coincidiría, lo mismo que Casado, con el papa Francisco, que no puede decirse que sea un papa ultraconservador precisamente. En cuanto a Cataluña fue la última conversación larga que mantuve con Adolfo Suárez cuando aún le funcionaba razonablemente la cabeza. Estaba profundamente preocupado y no era partidario, a pesar de ese talante suyo abierto y dialogante –él trajo a Tarradellas y reimplantó la Generalitat– de ceder un palmo de terreno a los separatistas, sino todo lo contrario. Conociéndole, habría aplaudido con ganas los planteamientos del nuevo líder popular, como hizo su hijo. En un tiempo de banalidad, no está mal que llegue un joven dirigente nuevo haciéndose cargo de la mejor herencia moral y perdurable de sus antecesores.