Opinión

España se está desacelerando

Dos tercios del fuerte crecimiento que ha experimentado la economía española durante los últimos cuatro años se han debido a los llamados «vientos de cola»: al bajo precio del petróleo, a los reducidos tipos de interés o al restablecimiento de la demanda mundial de bienes y servicios. Sin esos estímulos externos, España no habría crecido alrededor de un 3% cada año, sino tan sólo un 1%, apenas habríamos podido generar empleo desde el inicio de la recuperación. Ahora mismo, sin embargo, esos vientos de cola han comenzado a dejar de soplar: de hecho, en cierto modo, empiezan a convertirse en vientos de cara que amenazan con obstaculizar nuestro desarrollo. No en vano, el precio del petróleo supera los 70 dólares el barril; los bancos centrales ya han anunciado sostenidas alzas en el coste financiero del crédito durante los próximos ejercicios; y el comercio global se está enturbiando debido al progresivo rearme proteccionista multilateral. Así las cosas, las primeras señales de desaceleración ya se están dejando sentir en España.

Durante la última semana hemos recibido un ramillete de noticias que deberían despertar inquietud acerca de nuestro futuro. Primero, en el segundo trimestre de 2018, el PIB se expandió en términos intertrimestrales un 0,6%, casi la mitad del 1,1% al que crecimos en el pico de nuestra recuperación; de este modo, la tasa de aumento interanual se ubica en el 2,7%, la más baja desde el primer trimestre de 2015. Segundo, aunque los datos de creación de empleo durante ese segundo trimestre de 2018 fueran razonablemente positivos, las cifras de afiliación a la Seguridad Social durante el mes de julio resultaron bastante decepcionantes: apenas 35.800 nuevos afiliados, un 35% menos que el año anterior y un 60% menos que en 2016. Y tercero, el índice PMI, un indicador adelantado de la actividad del sector servicios de España que anticipa bastante bien la evolución futura del PIB, se ubicó en julio en su nivel más bajo desde noviembre de 2013 (esto es, el menor nivel en 56 meses) y, a su vez, en la peor posición de toda la eurozona. En conjunto, parece que –esta vez sí– estamos asistiendo a un cierto frenazo de la actividad económica en nuestro país.

Todo ello, además, en un contexto político caracterizado por un Gobierno que parece obsesionado en ponerle muchos más palos en la rueda a nuestro crecimiento –subidas de impuestos y nuevas rigideces regulatorias– por puro interés electoral. No, no es el momento de hacer experimentos con gaseosa: al contrario, es el momento de retomar la agenda reformista para darle un nuevo impulso al PIB y a la creación de empleo. Por desgracia, como decimos, el Gobierno del PSOE parece más obsesionado con preparar las próximas elecciones generales que en dinamizar la economía: el interés partidista antes que el nacional. Al riesgo económico de una actividad languideciente tendremos que añadirle el riesgo político de un gobierno que amenaza con estrangularnos para captar los votos de la extrema izquierda.