Opinión

Microgloria

Por fin, la primera gran revancha de la calle contra el siniestro burkini. Se trata del microkini, una prenda tan sucinta que puede significar el despegue económico de los depiladores. Tras unos años de saduceas apelaciones a la libertad (que enmascaraban la negación al derecho de exhibir la piel) la gloria de la tibieza epidérmica vuelve a ganar la partida. ¿Hay algún ser humano que no haya sentido en su vida el placer del sol sobre la piel? Unos lo disfrutan más y otros menos, pero sentirlo, lo hemos sentido todos. La causa biológica se llama serotonina. ¿Por qué, si no, recibimos con tanta alegría la primavera y el verano? Hasta los animales lo experimentan y ahí radica precisamente el problema: esa satisfacción muestra claramente la animalidad que llevamos dentro y eso pone nerviosos a los fundamentalistas.

Nuestra gran conquista ha sido entender que la mejor manera de controlar nuestra animalidad bioevolutiva es reconocerla para educarla. Si se niega o extirpa, brotará más feroz e incontrolada. De ahí que las sociedades que optan por las costumbres burkinizadas coincidan curiosamente con aquellas que confinan a la mujer al criadero doméstico. Ocultar nuestro aparato reproductor siempre ha sido una obsesión de esas sociedades. Si los animales van desnudos, piensan, la mejor manera de no ser animales será tapándonos y no educándonos racionalmente. Pero ahí está el microkini, maravilloso, glorioso; realzando las curvas de nuestra animalidad controlada y demostrando que no por ello vamos a caer en una depredación reproductora apocalíptica. Para domesticar ese temor, hacen más un cerebro y unos valores que un velo. Microkinis, pues, para todos. Para las señoras suculentas y los varones comestibles. También para todo el colectivo LGBTTQIA 16 válvulas. Gloria de la vitalidad y lozanía feliz del cuerpo humano a su temperatura ambiente. Hoy, los media y las redes nos bombardean alegremente con microkinis y hasta yo (que, por edad, empiezo a aparcar en el recuerdo esas euforias de temperatura) recibí el otro día una foto de una hermosa con un microkini color calabaza. Jovial y vitalmente, me salió del alma el peor micropareado de la Historia que decía: ¡microgloria zanahoria!