Opinión
Trasplante de personas
He estado viendo «Daughters of Dust» (Hijas del Polvo), de 1991, la primera película realizada por una mujer negra en los Estados Unidos. Ilustra un episodio interesante de las revueltas de los esclavos, en este caso los procedentes de Sierra Leona, que fueron utilizados para cultivar arroz en la costa de Georgia y aledaños. Un grupo de ellos se rebeló en 1803 (nótese la fecha, extraordinariamente reciente) contra el capitán del barco y, después de ahogar a los tripulantes, se suicidó adentrándose en el agua a pie y dejándose hundir por el peso de los grilletes. La directora del film, Julie Dash, descendiente ella misma de estas personas, abunda en su herencia y nos muestra muchos detalles preservados hasta hoy en la intimidad. Desde la técnica del trenzado de cestería hasta las comidas con arroz (tan inusuales en la patatera EE UU), los nombres africanos o las palabras en el idioma original, que las viejas transmiten cuidadosamente a los pequeños. Este casi documental permite entrever el dolor que la emigración –forzada o voluntaria– conlleva en las familias durante generaciones.
Los que somos hijos de padres de otros países vivimos siempre en el exilio. Nunca acabamos de encajar, ni aquí ni allí. A la vez disfrutamos de una amplitud de miras que difícilmente tienen otros. La incómoda pero enriquecedora certeza de que «también» perteneces a otro lugar se prolonga hasta en los nietos. Es sorprendente lo mucho que mi hija ha «redescubierto» de sí misma al pasar un largo tiempo en la Alemania de su abuela.
Incluso en mi hogar de casada, con un español, seguí usando toallas pequeñas en lugar de esponjas para lavarme, he curado las enfermedades leves de mis hijos con los métodos naturales del Doctor Kneipp o hecho café con filtro de papel. Estos usos se van transmitiendo de madres a hijas. A su vez, el desarraigo y el dolor se transmite también a las generaciones subsiguientes. Los hijos y nietos de un emigrante son a menudo distintos físicamente y objeto de burla o desprecio en el nuevo entorno. Son más altos, gordos, flacos, morenos o de pelo rizado o liso que los oriundos. Son temperamentalmente más abiertos o cerrados que ellos, más espontáneos o circunspectos, tienen estilos propios, que dan lugar a muchos y a veces divertidos malentendidos. Recuerdo haber visitado Andalucía con unos alemanes a los que una familia invitó retóricamente a compartir la comida: «¿Gustan ustedes?» les ofrecieron muy enfáticamente. Todavía recuerdo su desconcierto cuando los alemanes se sentaron a la mesa.
Los seres humanos somos básicamente idénticos, pero tenemos muchas diferencias culturales. Conviene considerar este factor cuando se tiene a un emigrante delante. Y facilitarle las cosas. Al fin y al cabo, nosotros estamos en casa.
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